RÉQUIEM POR LA INOCENCIA_Cap6

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 6_Escombros

 

6. Escombros

¿Eran las 10?¿Las 11? Áldemir alzó la muñeca para ver la hora y esperó a que su vista se acostumbrara a la luz.

Las agujas del reloj marcaban las 12.

Llevaba ya 6 horas durmiendo pero a él le parecían muchas menos. ¿Cómo era posible que el tiempo pasara tan rápido? Recordó que tras llegar a casa de madrugada había agarrado una manta y se había tapado hasta la cabeza. Ni siquiera logró llegar a la cama, directamente cayó en el sofá del salón quedándose dormido cubierto con lo primero que había encontrado a mano. ¿Dónde estaba esa manta ahora? Los rayos de sol se filtraban por los huecos de las cortinas, iluminando la estancia con un fuerte contraste de luces cegadoras y oscuras sombras. Y cómo no, uno de esos minúsculos destellos le apuntaba a la cara, justo a los párpados. Molesto, gruñó antes de girarse hacia el otro lado para seguir durmiendo. Daba igual que fuera tarde, no pensaba levantarse por nada del mundo. Necesitaba descansar, aprovechar el domingo para reponerse tanto física como mentalmente de aquella semana tan súmamente agotadora.

Menudo iluso.

Antes de que el sueño le atrapase nuevamente, el estruendo de las noticias de última hora le terminó de despertar:

«La guerra en Vetrara se va intensificando con el paso de los días. Lo que había empezado siendo simplemente una confrontación se ha ido acrecentando. Miles de personas se han unido ya a la organización extremista con la pretensión de matar a todo ser sobrenatural y expulsar a los terrestres de la ciudad, imitando a algunas de las ciudades del norte, donde se encuentra la mayor concentración de infectados. Vetrara es la primera ciudad de la unión en sucumbir ante una guerra de razas que parece avanzar imparable…»

Sorprendido por aquel inesperado ruido, Aldemir abrió los ojos como platos y dirigió la vista al motivo de su incómodo despertar.

– Pero qué…- Anja había conectado su comunicador y estaba proyectando aquel informativo en la pantalla de encima de la chimenea- ¡¿Cómo cojones has entrado?!- protestó irritado.

– Buenos días a ti también querido.- Respondió ella con sarcasmo- Llamé varias veces pero como no respondías, decidí entrar por mi propia cuenta- Señaló mostrando las llaves.

– ¿Los humanos soléis colaros mucho en casas ajenas?

– No haberme dado tus llaves, elfo idiota.- señaló Anja sabiendo que odiaba aquel apelativo que tan bien describía las puntiagudas orejas de los Delhârians- Haz el favor de callarte y escuchar las noticias- ordenó- Tienes que ver esto.

«…Éstas son algunas de las imágenes tomadas ayer por la noche. Como pueden ver, algunas zonas han quedado prácticamente destruidas. La mayoría de los habitantes han huido mientras otros se resisten a abandonar su hogar…»

– Malditos imbéciles. -masculló Ál refiriéndose a los cazadores- dicen que quieren proteger la ciudad pero mírales, destruyendo hasta sus cimientos.

– ¿Eso es lo que te preocupa? ¿La ciudad? – preguntó ella al ver las espeluznantes proyecciones que se reproducían ante ellos.

Áldemir la contempló sin mediar palabra. ¿Qué iba a decir? En cuanto abriera la boca se crearía una disputa entre ambos. Anja no entendía por qué luchaban pero él sí. Aquella gente estaba defendiendo su vida, su familia, su futuro…su tierra. Apoyaba muchos de los ideales radicales pues había nacido para ello. Sus habilidades junto con su inmunidad a aquel virus demostraba que estaba allí para combatirlo, pero contemplar el nefasto resultado en el que estaba quedando Vetrara le ponía furioso.

– ¿No has tenido noticias de los demás Kalhars?

– Aún no, pero viendo cómo se están poniendo las cosas…imagino que no tardarán en llamarme.- contestó Áldemir antes de que Anja apagara la pantalla.

– Espero que no aceptes un trabajo como ese.

– No hablemos del tema, por favor- Suplicó él mientras masajeaba su sien intentando en vano aliviar el dolor de cabeza que iba en aumento.

Tras aquello no iba a poder pegar ojo. Las imágenes que acababa de ver se arremolinaban en su mente haciéndole sentir una fuerte sensación agridulce que se unía a su resaca. Maldito alcohol importado, ¿Qué demonios le echaban los humanos a las bebidas? Fuera lo que fuese, lo que bebió la noche anterior era veneno puro, o quizás simplemente se estaba haciendo demasiado viejo para aguantar unas cuantas copas…

– Nah, ni de coña.

– ¿Al final no te trajiste a la chica de ayer?- Preguntó Anja cambiando drásticamente de tema.

Áldemir miró a su amiga de reojo y negó con la cabeza.

– Preferí tirarmela en los baños del pub.

– Tan romántico como siempre.- resopló poniendo los ojos en blanco.

– Tengo una reputación que mantener. Además, cuantas menos tías conozcan donde vivo, mejor. Igualmente, ella quería acostarse conmigo por mi fama y a mí simplemente me apetecía follar.- explicó mientras se ponía en pie- Me vino muy bien descargar toda aquella… adrenalina.- puntualizó tras buscar una palabra que no sonase mal.

Anja le miró con recelo, el muy cabrón estaba sexy hasta recién levantado y habiendo trasnochado, sin embargo, ella había amanecido con unas ojeras que le llegaban hasta el suelo.

– Tu reputación con respecto a las tías se hundió hace tiempo.- le atacó.

– ¿Tú crees? Pues a mí me parece que está bien alta y erguida.- respondió con aquella sonrisa malvada que podía derretir hasta un témpano de hielo.

Antes de que su amiga pudiera contraatacar, su reloj comenzó a parpadear alertándole de una llamada entrante. Aquella era la temida y anhelante oferta. Ambos se miraron en lo que les pareció un silencio eterno. Áldemir podía leer en los ojos de su amiga una clara advertencia: <<No contestes, no te metas en esa lucha>>. Pero él deseaba con todas sus fuerzas decir que sí. Era justo lo que necesitaba, un cambio de aires, un poco de acción. Sentirse útil y demostrar su valía. Ni su mejor amiga podría impedírselo.

Por lo que allí estaba, en Vetrara, intentando acostumbrarse a aquel clima tan desagradable a pesar de que ya llevaba 5 días en aquella ciudad.

Protegido hasta las trancas con un largo abrigo negro de lana y doble abotonadura al que le acompañaba una bufanda gris a cuadros, Áldemir frotó sus frías manos tras quitarse los guantes intentando hacer entrar sus entumecidos dedos en calor ante aquella gélida noche.

Vetrara era una ciudad fría, húmeda y oscura ubicada al noroeste de la unión. Siempre cubierta por espesas nubes grises y un manto de fina lluvia que no dejaba nunca de caer. Sus edificios eran altos y estrechos, con ventanas minúsculas para impedir que el calor de los hogares escapara al exterior. Todas las construcciones eran de piedra rugosa, una piedra que año tras año iba acumulando el verde musgo que se alimentaba de la humedad junto con el hollín de sus candelas continuamente encendidas. Por último estaban sus calles, angostas y retorcidas, recordando a un siniestro laberinto inundado por humo y niebla.

A pesar de su exterior hostil, las casas de Vetrara eran cada una más acogedora que la anterior: Con grandes chimeneas, enormes lámparas, suaves alfombras y decoraciones en tonos alegres y coloridos. Pero nada de esa calidez quedaba ya y Ál se arrepentía de estar allí y ver cómo lo poco que aún se mantenía en pie estaba siendo totalmente devastado.

¿Había sido buena idea aceptar aquel trabajo? En parte sí, en parte no. Era su deber unirse a aquella guerra pues por algo era un Kalhar y obviamente quería luchar, ayudar y ver con sus propios ojos la situación de la ciudad, no contemplarla tan sólo a través de las noticias como un mero espectador. Sin embargo, cada día se sentía más asqueado. Demasiadas muertes, demasiada sangre de inocentes. Se le revolvía el estómago al ver cómo aquellos demonios degollaban y mutilaban a los suyos sin un ápice de remordimiento. Les odiaba, les despreciaba con todas sus fuerzas y eso que no había pasado ni una semana desde que contactaron con él.

Rodeando lo que parecía haber sido una majestuosa fuente en aquella derruida plaza, Áldemir continuó su camino en silencio por el callejón contiguo a la calle principal. En lo que iba de noche, había matado a 5 infectados, algo a lo que estaba acostumbrado, pero no estaba preparado para asesinar también a mortales. No se esperaba ni por un segundo que también hubiera Delhârians y terrestres en el bando enemigo defendiendo a los vampiros y licántropos. Familiares, amigos e ignorantes que luchaban con la idea de que aquellos monstruos no eran todos unos asesinos, con la creencia de que muchos podían tener empatía y humanidad y con la esperanza de que algún día, esos parásitos volverían a ser personas. Pobres Ilusos. Esa era la cara más difícil de aquella guerra. Se negaba a hacerlo hasta que finalmente se había visto obligado a deshacerse de personas que no debían estar allí. Daños colaterales que sabía que debía superar, pero aún así no podía evitar sentirse tremendamente defraudado, abatido y en parte, culpable.

El intenso olor a pólvora y descomposición no ayudaba nada a despejar su mente. En las estrechas calles se acumulaban los escombros junto con los cadáveres mortales de ambos bandos. Intentando sortearlos tapándose la nariz con su bufanda, Aldemir se fijó en los curiosos carteles monocromos de busca y captura que colgaban de aquellas paredes a punto de desplomarse. La mayoría estaban roídos, pero aún quedaba alguna que otra fotografía en pie. Fue la imagen de un chico la que llamó su atención. Según podía leer en el epígrafe, aquel muchacho de mirada inocente era un infectado altamente peligroso. ¿Cómo podía ser tan siquiera posible? Extrañado, arrancó uno de los carteles para analizarlo mejor bajo la escasa luz que le proporcionaba la única farola que quedaba intacta. Era totalmente impensable que aquel fuera el rostro de un asesino, no podía ser cierto.

Sin darle mucha más importancia, concluyó en que debía ser un error, por lo que arrugó el papel y lo lanzó a la solitaria papelera que pendía de un torcido y algo calcinado poste de madera.

– Por tu actitud veo que no te ha llegado el aviso.

Una voz familiar le sorprendió desde atrás y, reconociéndola al instante, se giró para contemplar a su colega de profesión.

– ¿De qué aviso me hablas Gael? – preguntó tras bajar su bufanda, dejando pasar el hedor a través de sus fosas nasales.

– Ese cartel que acabas de tirar… ¿Recuerdas a aquel niño de Livrug que asesinó a 76 personas?

Áldemir asintió. ¿Cómo iba a olvidarlo? Habían pasado ya unos 9 años desde que aquellas muertes conmocionarion a toda la población, repercutiendo entre los Kalhars, quienes intentaron darle caza sin resultados. Aquel caso era incomprensible, se escapaba a toda lógica: Un niño de aproximadamente 8 años se había convertido en la máquina de matar más temida de la región. Era rápido, estaba adiestrado y su apariencia inocente le hacía más fácil el camino hacia sus víctimas. Se oían rumores de que era una sombra oscura que se movía con sigilo y trepaba sobre sus presas, algunos decían que era una bestia salvaje, un licántropo con grandes garras y fauces, y otros tantos comentaban que parecía un pequeño ángel tan rápido que no llegaban a guardar en sus retinas su dulce rostro, solo recordaban lo que más impactaba: que era el mismísimo diablo encerrado en el cuerpo de un dulce chiquillo. Lo cierto es que nadie que lo hubiera visto de cerca había salido con vida. Aquel depredador era toda una incógnita porque, ¿De dónde sacaba aquella fuerza y esas habilidades siendo tan joven? Estaba claro que había sido infectado pero era imposible que un niño superara en destreza a todos los vampiros que habitaban sobre la faz del planeta. Ninguno era tan despiadado ni tan sádico y voraz como él. Aquel crío no debía tener conciencia de lo que era la moral y menos aún de la importancia de la vida. Él simplemente se alimentaba, disfrutaba jugando con sus presas, torturándolas hasta la muerte como haría un gato con su escurridiza comida. ¿A qué clase de extraño monstruo se enfrentaban? ¿Era una nueva epidemia, otro tipo de maldición? Fueron años en los que las víctimas aparecían mutiladas de forma violenta pero, conforme el número de crímenes ascendía, el tipo de asesinato se iba haciendo menos destructivo y más astuto. Aquella bestia estaba aprendiendo a controlar sus impulsos. Era consciente de que le seguían los pasos por lo que aprendió a ser más sutil y a esconderse mejor hasta que, por fin, los asesinatos cesaron…o al menos eso quiso hacer creer.

– Pensamos que podría ser el chico de esa foto. Ahora debería tener unos 18 o 19 años y se oculta aquí, en Vetrara.- señaló Gael.

– ¿Habéis colgado vosotros esos carteles?- Preguntó Áldemir torciendo el gesto.

– Creo que fueron cazadores. La guardia no da abasto como para distinguir entre los miles de crímenes que hay al día. Difundieron la fotografía del chico justo después de que asesinara a tres de los suyos hace unos días. Tendrías que haber visto los cadáveres… uno de ellos parecía una auténtica momia, estaba totalmente disecado, sin una gota de sangre. -explicó arrugando la nariz mientras rememoraba la escena- Fue eso lo que captó al principio nuestra atención. Pero además, hubo una testigo. Una vecina de su mismo edificio pudo verle desde una de las ventanas que parecen abandonadas. Cuando describió lo sucedido, nos dimos cuenta de que las habilidades junto con la forma de matar cumplían el mismo patrón de nuestro querido asesino, y su rostro cuadra con los rumores.

– El rostro de un ángel.

Gael asintió.

– Puede que por fin estemos más cerca que nunca de capturarle.

– Ya veo…- titubeó Áldemir.

– No te noto muy confiado.

– Es que hay cosas que no me cuadran.- confesó- ¿Realmente creéis que es la misma persona de hace 9 años? Quiero decir…¿Pensáis que ese pequeño monstruo al que buscábais ha crecido?- Su amigo asintió.- Eso no tiene sentido.

– Sé que parece extraño pero…

– Un vampiro no crece Gael, están clínicamente muertos.- le cortó.

– ¿Y si es un vampiro que ha evolucionado? Piénsalo, puede que la maldición haya mutado.- le explicó recibiendo por respuesta una carcajada sarcástica- Además, no le afecta la luz del sol- añadió molesto ante la reacción de su compañero.

– ¿Un vampiro evolucionado que crece y camina bajo el sol? No quería decir esto pero, ¿Qué clase de droga fumáis? Si es como decís, debe de ser un licántropo que pueda controlar su propia transformación, es de lógica. Los licántropos crecen y son inmunes a los rayos ultravioleta, pero los chupasangre no. Eso es de primero de preescolar Gael.

– Ningún hombre lobo puede hacer lo que hacía él a tan corta edad, además, las mordeduras y las habilidades son las de un vampiro. Obtenebración, celeridad, presencia…

Áldemir dudó. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

– ¿Sabéis a ciencia cierta que tiene esas habilidades? Porque, sinceramente, me da la sensación de que estáis mezclando las víctimas de diferentes depredadores. Es la única explicación lógica que puedo darle. No hay evidencias de vampiros que hayan mutado y estoy seguro de que ese monstruillo que buscáis desapareció hace años, bien porque está muerto o porque aprendió a esconderse. Estáis perdiendo el tiempo buscando «fantasmas».

– Te veo bastante escéptico.

– Intento ser razonable.

Eres el más despegado de los siete Kalhars, entiendo que te guste trabajar en solitario pero creo que no deberías hablar sin antes leer toda la información que hemos obtenido a lo largo de los años.- le aconsejó Gael.

– Ya sabes que no me gusta involucrarme demasiado en vuestra pequeña «secta».

– Nuestra.

– Cómo sea. A mí me alegra mucho que por fin hayáis encontrado un pasatiempo, pero leer vuestras novelas de ficción no es algo que me apetezca, tienen demasiadas «lagunas».

Gael frunció el ceño claramente dolido. Áldemir era sin lugar a dudas el más trabajador y eficiente de todos, pero eso no le hacía menos capullo. Desde el principio Ál había elegido vivir su propia vida sin involucrarse demasiado con los Kalhars. Le gustaba demasiado su don y su trabajo como para limitarlo sólo a lo que un grupo de sobrenaturales le dijeran. A pesar de ello, solía preocuparse por estar al tanto de los temas más candentes y siempre estaba ahí cuando le necesitaban ya que luchar y proteger era su afición favorita, por un módico precio, claro.

– Tú ándate con ojo y reza por no toparte con ese «niño».- le advirtió Gael.

Áldemir alzó la ceja ante aquella advertencia que parecía más bien una amenaza. Extrañado, volvió a contemplar con curiosidad aquellos carteles. El rostro ovalado de aquel joven, las sutiles pecas, esos ojos serenos y almendrados. El flequillo le caía sobre la cara acentuando una faceta tímida que se potenciaba aún más con aquella expresión de inocencia remarcada por sus labios entreabiertos… De repente, sintió una inmensa curiosidad, unas intensas ganas de encontrarle, de tenerle cara a cara si es que aquello era posible porque, si le tuviera delante, conseguiría desmentir toda esa sarta de tonterías que sus compañeros habían inventado.

<<Infectado Altamente Peligroso>> releyó. Menuda idiotez.

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RÉQUIEM X LA INOCENCIA_Cap5

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 5_Vía de Escape

5. Vía de escape

Habían recorrido durante horas cada uno de los túneles que componían el alcantarillado de Vetrara buscando con urgencia una salida que no se hallara bloqueada y que estuviera lo suficientemente lejos de la ciudad para no ser descubiertos. Luth imaginaba que aquella densa oscuridad les engulliría en cualquier momento, ni siquiera se sentía aliviada cuando algún que otro haz de luz se filtraba a través de las bocas de tormenta. Aquello era un laberinto interminable del que quería salir, ya. A pesar de que parecían estar lo suficientemente aislados del exterior, los disparos y las explosiones continuaban tronando bajo tierra, creando un eco que les taladraba los oídos y les hacía dudar de la procedencia exacta del sonido.

Más adelante y tras varios cambios de ruta, el ruido se fue atenuando hasta convertirse en un silencio absoluto, haciéndoles sentir más a salvo con cada paso que daban. Habían cruzado los límites de Vetrara y aunque podían respirar tranquilos, no debían confiarse.

– Te he visto perder la humanidad.- dijo Luth rompiendo el silencio.

Cirdán, sabiendo la discusión que se le avecinaba, pasó de largo a su madre y continuó por el pasadizo de la derecha, obligando a Luth a seguirle.

– ¡No me ignores!- le recriminó acelerando el paso hasta ponerse a su altura.-Sabes que es cierto.

– Se suponía que debías esconderte.- contestó procurando mantener la calma.

– No iba a seguir adelante tras ver lo que estabas haciendo.

– No quiero escuchar tus sermones ahora- replicó- He hecho lo que debía, eran ellos o yo.

– Podías haberles dado una muerte más decente, te has recreado asesinándoles- le culpó.

Tras oír aquello, Cirdán se detuvo y entonces la miró.

– ¡No me he recreado con nada!- se defendió- ¿Me vas a decir que debo mostrar piedad con un cazador?

– Admitelo, tenías hambre y se te fue de las manos.

– Me estaba defendiendo.

– No hacía ninguna falta llegar a esos extremos. Lo único que consigues con eso es llamar la atención y ya estoy harta de que nos sigan el rastro.- Cirdán suspiró, pero no dijo nada, después de todo, llevaba razón- Tienen sus razones para atacarnos. Si yo fuera mortal, me uniría a ellos.

– ¿Pero tú te estás oyendo?- la miró espantado.

– Ellos sólo intentan proteger a los suyos.

– No Luth, esas personas buscan matarnos tanto a nosotros como a nuestros aliados. Les da igual quienes seamos o si estamos exentos de cualquier tipo de crimen.- añadió enfadado- No voy a ser clemente con ninguno de ellos y menos aún si me atacan primero. Ya sabes lo que me hicieron. Me utilizaron para hacer crecer el terror y la histeria entre la población. Sólo querían incentivar el racismo hacia los demonios y así justificar el comienzo de una guerra. Necesitaban afianzarse en el poder y yo era la bomba de relojería perfecta.

– Eso son conjetura tuyas. No sabemos si realmente fueron los cazadores quienes experimentaron contigo.

– Pues yo pongo la mano en el fuego.

Sin dirigirse la palabra, continuaron su camino en silencio hasta que, finalmente, pudieron vislumbrar al fondo del túnel una silueta de lo que parecía ser un desagüe al exterior que se iba haciendo más y más nítido por momentos. Sin poder esperar ni un segundo más, Luth echó a correr contemplando los árboles a través de los barrotes.

Iban a escapar, habían encontrado una salida.

Eufórica, agarró la pesada reja que les separaba del exterior y tiró de ella fuertemente. Necesitaba salir de allí cuanto antes, sentía que aquel lugar empequeñecía por segundos. La sóla idea de tener que seguir allí un minuto más le angustiaba sobremanera.

Pero la reja no se movió.

Frustada, volvió a tirar de ella con energía hasta conseguir desplazarla unos milímetros, pero aquello no era suficiente, estaba encallada y oxidada hasta el punto de que casi se había fundido con la pared.

– Luth, quizás deberíamos esperar a que amanezca…- le aconsejó Cirdán- Mañana dan lluvia y durante el día no nos buscarán.- añadió acercándose a ella, pero estaba tan ofuscada en su tarea que no oía a su hijo.

Enfadada, profirió una serie de maldiciones mientras golpeaba con saña el hierro hasta que, finalmente, Cirdán le agarró la muñeca para pararle antes de que pudiera lastimarse.

– Tranquilízate Luth.

Ella le contempló y sin poder contenerse rompió a llorar. Se desmoronó por completo odiándose a sí misma por no poder tan siquiera sacar la fuerza suficiente para abrir su única vía de escape.

– No puedo abrirla- sollozó.

– ¿Y qué?- preguntó Cirdán asombrado sin lograr entender aquel arrebato de tristeza- La abriré yo, no tienes de qué preocuparte.

– ¡Pero debería ser yo quien la abriera y no al revés!- protestó- me siento completamente inútil, yo soy la madre aquí y ni siquiera puedo protegerte.

Él la observó confundido. ¿Por qué de repente era tan importante aquello? Por mucho que ella intentara actuar como madre, le resultaba prácticamente imposible verla como tal. ¡Ni siquiera era capaz de llamarle «mamá» por mucho que ella insistiera! Físicamente, tan sólo le distanciaban dos años de edad. Para él, ella era como una hermana y, por razones obvias, era él quien se encargaba de la seguridad desde hacía tiempo. Luth siempre había odiado la naturaleza de ambos, cosa que la frenaba en habilidades. El simple hecho de tener que alimentarse de un humano o un Delharian para ella no era una opción y eso la hacía terriblemente vulnerable, débil y frágil.

– Esa frustración que sientes se solucionaría si cedieras a beber sangre, ya lo sabes.- La recriminó sin dejarse amedentrar por aquellas lágrimas- pero ese es un tema que ya hemos discutido cientos de veces.

– ¡No puedo hacer eso! Me niego a hacer daño a gente inocente.- respondió secándose las mejillas- Hay algo que se llama humanidad y tú también deberías tenerla.

– No vuelvas a sacar ese tema, no es justo.- protestó dolido.- Está genial que tengas tus principios y no tienes por qué romperlos, pero no puedes reprocharme que yo no siga tu «veganismo» y menos aún lamentarte ahora por las consecuencias que eso conlleva. He matado a tres cazadores, no eran gente inocente y, aunque odies lo que les he hecho, nada iba a cambiar para ellos si te hubieras alimentado.

Evitando dar respuestas, Luth se sentó con brusquedad sobre el suelo encharcado cruzándose de brazos mientras aguantaba la sarta de verdades que le estaban cayendo encima. En aquel momento parecía ella la hija en vez de la madre y eso no le gustaba.

– No pongas esa cara.- rogó Cirdán ante la mirada enfadada de Luth- A mí me da igual que te alimentes de ardillas, conejos o incluso ratas.- señaló- Tú ya me protegiste suficiente y ahora me toca a mí hacer lo mismo por tí. Sólo pido que me entiendas.

– Siento que no deberíamos estar viviendo esto. Odio ser lo que somos.- confesó- Estoy cansada de huir, no consigo acostumbrarme. Esta no es la vida que quería para tí, yo no…

Pero sus palabras quedaron en el aire al recibir un inesperado abrazo de su hijo. Sintiendo cómo su afecto la reconfortaba, ocultó la cabeza en su pecho mientras dejaba que las lágrimas brotaran sin control, mojando su chaqueta.

– Da igual lo que seamos.- susurró cariñosamente Cirdán mientras acariciaba su pelo con delicadeza.- Yo también estoy harto de huir pero no me importa siempre que permanezcamos unidos.

Y es que Cirdán sentía una gratitud indescriptible hacia Luth. Le debía tanto que todo lo que hiciera por ella era poco. Le había rescatado, había lidiado con él los primeros años de su libertad, con su actitud salvaje, desobediente, escurridiza. No se lo había puesto nada fácil y, a pesar de todo, le había reeducado sin tirar la toalla, otorgándole a su vez el cobijo y la calidez de un hogar en el que sentirse querido. Para él era imposible enfadarse con ella, daba igual su genio o sus continuas regañinas, la adoraba con total veneración.

-¿Te das cuenta de que estás llorando por una tontería?- preguntó él

Luth rió y secándose las lágrimas se incorporó sacudiéndose el vestido verde que ahora era marrón debido al barro y el hollín.

– Quizás deberíamos esperar y descansar un poco.- comentó ella dándole la razón a Cirdan mientras acariciaba el preciado colgante que pendía de su cuello.- Con suerte la lluvia durará todo el día y podremos avanzar sin ser buscados.

Con una sonrisa, Cirdan sacó su comunicador. Cuidadosamente, lo dejó entre un saliente procurando no mojarlo y desplegó un mapa táctil sobre el suelo, alrededor del cual ambos se arrodillaron. Allí se plasmaba con una brillante luz cada recodo de lo que era la Unión de regiones del este. Vetrara, Livrug, Xauen, Veilhat… Más de 18 países sin fronteras delimitados tan sólo por franjas invisibles.

– Sé que me lo has dicho varias veces pero…¿Estás segura de que allí estaremos a salvo?- preguntó Cirdan observando la parte suroeste del mapa.- Quizás deberíamos abandonar la Unión y dirigirnos hacia el sur. La guerra ya ha abarcado casi todo el noroeste pero la alianza meridional se mantiene intacta. El calor no atrae a los nuestros.

– Créeme, Veilhat es la ciudad más fuerte, resistente y segura de todo el mapa.

Pero por mucho que Luth se lo repitiera, Cirdán no confiaba en su elección. Tenía el extraño presentimiento de que algo les iba a salir mal. Lo notaba por dentro, alojado en su estómago y esa sensación no tenía pinta de querer abandonarle, no hasta que cambiasen de idea, por lo que de nuevo insistió.

– Aún así…¿No crees que sería mejor quedarnos en el barrio de Nazgra? Atravesar «La cúpula» es muy arriesgado. Ningún vampiro ha logrado cruzarla jamás y los que han intentado derribarla han sido ejecutados.- recalcó inquieto.

– Y por eso debemos atravesarla. Dentro de la cúpula esos desgraciados no nos buscarán. Además, tú eres mortal. Podrás hacerlo. Ya has entrado antes en otros sitios sin requerir permiso.

– Lo sé, sé que esa parte de la maldición no me afecta ¿Pero qué hay de ti? ¿Y si esa idea tuya sale mal?

– No va a salir mal, es muy sencillo- sonrió- ¿Desde cuándo eres un cobarde?

– ¿Desde cuándo tú una suicida?

– Sin riesgo no hay gloria.

Cirdán la miró con el ceño fruncido, aquella frase no iba nada con su madre. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué se ceñía a un plan tan descabellado? Preocupado por todo ello y sin estar muy convencido, volvió a mirar el mapa centrando su vista en aquella ciudad. ¿Sería realmente Veilhat su salvoconducto?

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RÉQUIEM X LA INOCENCIA_Cap4

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 4_Huída

4.Huída

Luth atravesó velozmente la calle sin volver la vista atrás. Tenía que ser sigilosa y rápida para que no la descubrieran. Cirdán y ella llevaban dos semanas sin probar una gota de sangre y, aunque él aún tenía fuerzas para defenderse, ella no iría muy lejos si la atrapaban. Por suerte, las bombas de humo de sus contrincantes le habían ayudado a ocultarse, sólo tenían que avanzar un poco más hasta llegar a la alcantarilla e introducirse en los subterráneos. El entorno estaba viciado de aquel intenso olor a pólvora y azufre, pero había algo más, una fragancia que le resultaba familiar. Su cuerpo reaccionó instintivamente, humedeciendo su boca, contrayendo sus pupilas. Enfadada al percatarse del origen de aquel aroma, maldijo para sus adentros. Sangre, no podía ser otra cosa. En silencio, se escondió tras una columna para esperar a Cirdán, pero como suponía, su hijo no la había seguido.

Tal y como Cirdán había imaginado, los cazadores les vieron cruzar la plaza a pesar de la espesa neblina rojiza. Sabía de sobra que Luth no podría luchar contra ellos, así que, antes de que pudieran tan siquiera acercarse a ella, se volvió para enfrentarles. Tenía que hacer todo lo posible para que ella pudiera huir, daba igual lo débil que él estuviera.

La bomba de humo se disipó en seguida, instante en el que le atacaron. Una flecha de plata le atravesó el gemelo haciéndole bramar de dolor mientras caía de rodillas al suelo. La respuesta de su piel fue más que suficiente para ellos. Aquella herida era el detector perfecto de demonios. La plata reaccionaba como el ácido al contacto de un licántropo o un vampiro y eso era lo que querían ver. Cirdán apretó los dientes y obviando el daño que le supondría, se arrancó la flecha de la pierna sin dudarlo dos veces. Antes de poder levantarse, los cazadores se abalanzaron sobre él. Los delharians y humanos huyeron rápidamente al percatarse de que aquellos asesinos habían encontrado una presa mucho mejor que todos ellos. Aprovechando su posición desprotegida, le agarraron por la espalda e inmovilizaron sus brazos. Sabían de sobra que podían matarle con tan sólo dispararle al corazón, pero ellos preferían ensañarse con él, disfrutar del momento. Pero no hubo suerte. En cuanto Cirdán recibió el tercer puñetazo, arremetió contra ellos. Se defendió de su segundo agresor con una patada en el mentón e inmediatamente se lanzó a por el tercero, deshaciéndose de quien le sujetaba. Como un látigo, una cuerda bañada en verbena le rodeó el cuello, tirando de él brúscamente hacia atrás. Cirdán trató de tomar aire inútilmente mientras sus manos buscaban contener aquella opresión. La verbena le estaba abrasando la piel y la violencia con la que le apretaban la garganta le estaba ahogando. Tenía que hacer algo. Eludiendo la quemazón en sus dedos, sujetó la cuerda y con una increíble llave lanzó sobre su cabeza al cazador, haciéndole caer contra el suelo estrepitosamente. Antes de tan siquiera respirar, vio como uno de ellos alzaba su arma y apretaba el gatillo. Cirdán reaccionó. Con una velocidad pasmosa, logró sortear cada una de las múltiples balas. A pesar de estar débil nadie era tan ágil como él. A su paso, arrancó un trozo de metal de lo que parecía haber sido un antiguo poste. Entonces cambió el rumbo y al hacerlo, una bala le atravesó el hombro. Él gruñó de dolor, pero no se detuvo. Tomó impulso contra el suelo y con un increíble salto se hundió en el tórax de aquel hombre con la barra de acero. La dureza del impacto hizo salpicar la sangre sobre su rostro, algo que Cirdán no había tenido en cuenta. Roja, vibrante, cálida… El chico se bloqueó, perdió la concentración. En sus labios descansaba aquel líquido bermellón que tanto ansiaba.

<<Bebe…>> allí estaba aquella voz <<Vamos, sólo tienes que lamerte los labios.>>

Esos segundos de enajenación le dejaron desprotegido. Su grito de dolor desgarró el aire al sentir un terrible pinchazo atravesándole la espalda. Con cuidado, se llevó la mano a la columna y siseó al rozarla. Le habían disparado con otra arma, ésta vez más dañina, cargada con balas de madera. Sus pequeñas astillas se clavaban en su piel, quemándola a su alrededor como si estuvieran prendidas.

Enfurecido, alzó la vista. Ya había matado a uno de ellos, pero si el resto insistía en darle caza, no tendría más remedio que concederles el mismo final que a su amigo; e iba a hacerlo por la puerta grande a pesar del gasto de energía que ello suponía. Con un simple gesto, la neblina se arremolinó a su alrededor y las sombras acudieron a él. Cada parte de su piel absorbió la oscuridad hasta transformarse en una figura de humo etérea y amenazadora que se alzó imponente ante los asustados cazadores. Su ataque fue visto y no visto. Con un giro inesperado, surcó el aire arrastrando con él las tinieblas y de improvisto atravesó el cuerpo del tirador, dejándole sin respiración, anulando su aliento. A su paso, le arrancó el corazón y disecó sus pulmones. Su arma cayó al suelo junto con su cuerpo inerte, deshidratado, como si llevara años sin vida.

Cirdán se materializó al instante ante la mirada furiosa del único cazador que seguía en pie. El olor a sangre le estaba haciendo perder la cordura y también la paciencia. Con un desprecio y una arrogancia propias de cuando perdía el control, alzó el corazón de su reciente víctima y lo estrujó sobre su boca a modo de provocación, dejando que su lengua degustara aquel manjar. Usar el poder de la obtenebración le había debilitado y las malditas balas se le clavaban como brasas bajo su piel, gangrenando sus heridas. Pero no iba a amedrentarse por eso. De repente, el cazador extrajo una estaca y arremetió contra él sin miedo alguno. Cirdán le esquivó. Con un pequeño revés, atrapó su brazo y le propinó un fuerte codazo en la mejilla y un derechazo en el mentón. Iba a golpearle nuévamente cuando el cazador se libró de su agarre y le asestó una puñalada en las costillas. Cirdán gritó y le respondió con un puñetazo antes de que el hombre le volviera a atacar. Se movía con destreza y agilidad, sujetando la estaca como si de un cuchillo se tratase. Percatándose del cansancio de Cirdán, aprovechó para agredirle sin tregua hasta que por fin consiguió arañar su rostro y atravesar su abdomen. El chico apretó los dientes molesto al sentir cómo la sangre brotaba de su mejilla. Sus movimientos eran contenidos, el daño de las balas se extendía a cada segundo que pasaba. Un segundo corte con la estaca rajó su chaqueta y alcanzó su clavícula. Sorprendido por el ataque, reculó, pero antes de que pudiera apartarse, el cazador le golpeó con violencia la herida en su hombro. Aullando de dolor, Cirdán intentó retroceder, sin embargo, algo le hizo tropezar. Mientras caía, su agresor se abalanzó sobre él con la estaca preparada. Su bramido retumbó en la plaza cuando la madera le atravesó el pecho, quedando a unos centímetros de su corazón. Entonces supo que la suerte estaba de su parte. De inmediato, agarró a aquel tipo de la cabeza y le retorció el cuello.

Luth había visto más de lo que hubiera deseado. Angustiada, corrió hacia Cirdán mientras miles de pensamientos cruzaban por su mente. Había contemplado desde su escondite cómo aquella estaca atravesaba el pecho de su hijo. No podía estar muerto, no podía estarlo.

Sus pisadas hacían eco en la solitaria calle y una vez llegó a su lado, apartó el cuerpo inerte del cazador que se hallaba sobre él. Allí estaba la estaca, clavada demasiado cerca del corazón. Asustada, la agarró entre sus manos a pesar de la quemazón y se la arrancó de cuajo, provocando que Cirdán gimiera dolorido.

– Lo siento, lo siento.- se disculpó- ¿Cómo te encuentras?

Cirdán entreabrió los ojos mientras fruncía el ceño con diversión. ¿Cómo iba a estar?

– Hambriento.- Susurró, restándole importancia.

Tras un gran suspiro de alivio, Luth le abrazó, pero el quejido de Cirdán le hizo soltarle de inmediato. No, no estaba simplemente hambriento. Con cuidado, le ayudó a incorporarse mientras éste se dejaba caer sobre su regazo. Estaba hecho un asco, cubierto de sangre, cenizas y tizne.

– Necesito que me extraigas las balas.- gimió.

Ella se percató entonces de las heridas que infectaban su hombro y su espalda.

– Tengo que quitarte la chaqueta. – le advirtió preocupada.- Te va a doler.

Cirdán asintió, no era algo que no supiera ya de antemano. Guiado por su madre, se dejó quitar la ropa y lentamente se recostó sobre el húmedo e incómodo empedrado que surcaba la calle.

– Date prisa. – suplicó él.

Aquel no era sitio para detenerse. Estaban demasiado expuestos, demasiado desprotegidos.

Por suerte para él, su madre, como buena madre, había guardado en la mochila sus pinzas quirúrgicas, un instrumento indispensable que usaban con más frecuencia de lo que les gustaría. En cuanto el frío metal atravesó su abrasada piel, Cirdán siseó. Jamás se acostumbraría a aquello por mucho que le ocurriera. Aquel dolor era inhumano. Su cuerpo reaccionaba a la madera y la plata como si ésta fueran ascuas y la verbena ácido. Cuando Luth por fin consiguió extraer las balas de su cuerpo, sintió un alivio instantáneo.

– ¿Mejor?

– Mejor – sonrió.

Sus heridas empezaron a cicatrizar y en cuestión de minutos no habría ni rastro de ellas.

– Me alimento rápidamente y nos vamos. No quiero estar más tiempo aquí.

Luth asintió y miró hacia otro lado. Aún les quedaban unos minutos para huir pero tenían que darse prisa. Habían montado tal espectáculo que pronto más cazadores irían a por ellos. Ya se veía en los carteles de búsqueda y captura, estaba segura.

Tras tomar sangre suficiente para reponerse, cargaron sus cosas y se dispusieron a correr calle abajo hacia la alcantarilla más cercana.

Las temperaturas habían caído en picado aquella noche, pero a Luth no le afectaba. Hacía tiempo que había dejado de sentir aquel tipo de sensaciones. Sin embargo, Cirdán estaba helado. El frío teñía sus mejillas encendidas mientras el vaho salía de su boca formando pequeños surcos en el aire. Él era mortal. Nadie le había mordido para transformarle en lo que ahora era. Por eso crecía, por eso podía disfrutar tanto de la noche como del día, del sol, de su luz, del calor.

Asegurándose de que nadie les hubiera visto, levantaron la pesada tapa de la alcantarilla. Estaban solos, no les había seguido. Por fin tenían vía libre para escapar.

-Tú primero- susurró Luth.

Cirdán sonrió y sin miedo tomó su mochila dispuesto a adentrarse en aquel estrecho laberinto sumido en la más completa oscuridad.

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RÉQUIEM X LA INOCENCIA_Cap2

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 2_Áldemir

2. Áldemir

A kilómetros de Vetrara…

Alto, atlético, fuerte, de tez bronceada, pelo corto y moreno con reflejos azulados, peinado hacia atrás con fingido descuido dejando caer pequeños mechones sobre sus atrayentes ojos color púrpura. Para rematar, poseía unos labios irresistibles cuyo inferior estaba rodeado por un aro de plata, al igual que en la ceja y otros tantos en sus orejas puntiagudas; sin olvidar, por supuesto, el curioso tatuaje bajo su ojo izquierdo compuesto por dos líneas alargadas siguiendo el contorno del párpado inferior. Ese era Aldemir, un hombre endiabladamente atractivo pero que a la vez causaba temor; adinerado, con casa propia, un cochazo, dos carreras universitarias, bastantes admiradoras y un muy buen trabajo, todo eso con tan sólo 28 años. Y se preguntaba… ¿Qué coño hacía un tipo como él atrapado un viernes por la noche en una maldita reunión de estado de la cual ya sabían todos su opinión?

¿Vampiros? NO

¿Licántropos? NO

Era simple. Aquello tenía que parar. Hacía años que su raza, los Delhârians, habían aceptado que los terrestres compartieran su mundo, pero lo que estaba sucediendo no podía tolerarse. Habían sido engañados, les tendieron la mano de forma confiada y altruista y ellos les habían respondido de la peor forma, contagiando a miles de los suyos con las peores maldiciones: la licantropía y el vampirismo. Sabía a la perfección que no todos los humanos eran culpables de aquella atrocidad, no era idiota, pero había llegado la hora de defenderse y si eso suponía llevarse a algún terrestre por delante, no iba a poner objeciones. Simplemente no podía quedarse de brazos cruzados por más tiempo mientras los suyos morían asesinados por aquellos monstruos. Asesinados o infectados, en realidad no sabía qué destino era el peor…

– No estoy de acuerdo- respondió Áldemir ante la opinión de la canciller– Deberíamos actuar como Vetrara pero de forma organizada y eficiente. No podemos esperar más tiempo. Hay que expulsarlos o destruirlos.

– Entonces estarás de acuerdo en expulsar a tu amigo Derem- Puntualizó el general defendiendo la posición de la canciller.

Áldemir arrugó la nariz demostrando su molestia.

Derem había sido su mejor amigo desde hacía años. Además de ser un mestizo fruto de una relación entre una humana y un Delhârian, había nacido por desgracia con la maldición de la luna llena. Sin embargo, eso no quitaba que fuera un tipo sensato, pues había aprendido a controlar sus instintos. Vivía de forma normal, bastante honrada. Cuando la luna llena se acercaba, siempre actuaba conforme indicaba la ley:

«Todo aquel licántropo habitante de Veilhat debe aislarse o acudir a las «perreras» para permanecer en confinamiento. Dado el caso, tendrá que permitir ser sedado a fin de mantenerse dormido hasta considerarse pertinente su liberación. Con ello se podrá garantizar el orden y la seguridad de la población.»

Quienes no acataban esas normas eran rápidamente ejecutados.

En resumidas cuentas, Derem era un buen tío, de carácter sencillo, con un gran corazón, divertido, sincero, risueño… Totalmente lo opuesto a Ál.

– Derem no es como ellos.

– Derem es uno más.- contestó Raven, director de la academia de Árgaron, la cual estaba bajo la protección de Áldemir.

– Él no es un salvaje- protestó entre dientes.

– Y no es el único.- añadió el comandante de forma calmada- Jamás estaremos a favor de ese movimiento ultra Ál. Entiendo que tus instintos de Kalhar te lo pidan, pero no puedes generalizar.- advirtió.

¿Estaban de coña? ¿Por qué llevaba años trabajando para ellos entonces? Siendo uno de los pocos Kalhars existentes con más razón debían escucharle. Sólo había seis más como él en todo el planeta, siete personas totalmente inmunes a aquellas maldiciones y con capacidad para combatirlas. Los poderes de esos demonios quedaban totalmente anulados en su presencia. Cada Kalhar poseía en su sangre la capacidad de anular y debilitar a un vampiro si éste se atrevía a moderles, pero además estaban dotados con habilidades diferentes los unos de los otros, habilidades que sólo entre ellos sabían. «Kalhar» significaba «salvador» y eso era justamente lo que hacían: arriesgarse en salvar innumerables vidas a fin de mantener a su pueblo protegido.

– En ningún momento he dicho que se expulsen a los humanos- Se defendió él para aclarar que su postura era la de los moderados… Aunque no demasiado.

– Se reforzarán los filtros- continuó la canciller sin escucharle- la cúpula ya se encarga de no dejar entrar a ningún vampiro por lo que tú y tus subalternos sólo tendréis que mantener el orden en el barrio de Nazgra como habéis hecho hasta ahora.

Áldemir asintió mientras procuraba evitar que el odio que le corroía por dentro se viera reflejado en su rostro. Ese era como siempre el punto final de aquellas reuniones. Llevaba dos años siendo el jefe de seguridad del barrio de Nazgra y la academia Argaron. Desde que estaba él, la seguridad había mejorado notablemente. Sin embargo, no parecían tomar en serio sus medidas de prevención. La verdad es que no sabía ni para qué le invitaban, le hacían sentir totalmente inútil, casi fuera de lugar.

– ¿Por qué no incluimos Nazgra dentro de la cúpula?- Insistió, aunque ya sabía la respuesta.

Nazgra era el único barrio de Veilhat sin la seguridad de la cúpula. Aquella cúpula o escudo impedía a los vampiros entrar en la ciudad. Su funcionamiento era simple. Entre todas las maldiciones de los vampiros, una era la incapacidad de entrar a un lugar sin ser invitado por su propietario. Por ello, las escrituras de Veilhat estaban a nombre varias personas escogidas tras un minucioso proceso de selección. Este proceso era llevado a cabo por los altos mandos de defensa y seguridad. Las identidades de los propietarios eran totalmente desconocidas para el resto de la población, pues aquel cargo debía mantenerse en la más absoluta confidencialidad para evitar de esta manera que sus vidas corriesen peligro ya que, de lo contrario, estarían en el punto de mira de todos los vampiros que quisieran asesinarlas, obligarlas o chantajearlas con el fin de poder cruzar aquella molesta barrera, algo que ya había sucedido. La cúpula tenía sus puntos débiles, había que admitirlo, pero era efectiva al 99%. Por ello, Áldemir pedía incluir el barrio de Nazgra dentro de aquel escudo. Sin embargo, la ciudad no sólo era famosa por éste, sino también por Nazgra, el único barrio mundialmente conocido por su baja tasa de criminalidad a pesar de su libertad multirracial.

– «Todos son bienvenidos», ese es nuestro lema.- contestó Joal, quien se creía que ser jefe de seguridad dentro de la cúpula era lo mismo que serlo en Nazgra…- Seríamos unos hipócritas si expulsáramos del barrio liberal a todo ser sobrenatural.

– ¿Sobrenatural? Yo diría más bien todo ser «potencialmente peligroso»- corrigió Ál con desagrado- Está muy bien opinar sin ser segurata en Nazgra, Joal.- añadió sarcástico.

– En los demás barrios también tenemos nuestros problemas.- respondió él enfadado- Muchas veces encontramos idiotas que ansían la vida eterna y hacen un pacto para que un vampiro se la conceda. En cuanto son mordidos se disponen a cumplir su parte del trato. Aprovechan para atravesar la cúpula en pleno proceso de transformación sabiendo que el hechizo aún no les afecta y una vez dentro, su objetivo es invitar a esos demonios como parte del pago por su nueva vida. ¿Sabes el peligro que eso supone? Andamos cada día con mil ojos, y nunca son suficientes.

– No soy idiota, sé perfectamente que eso ocurre. Sin embargo, difícilmente pueden llevar a cabo su plan cuando no logran ni controlar su hambre. Sabes bien que si no beben sangre la transformación no se completa, por eso la cúpula no les afecta, aún son simples mortales. Pero míralo por el lado bueno, si no se alimentan de sangre, mueren, y si se alimentan para completar la conversión, la cúpula se encarga de matarlos. Así que no montes tanto drama.

– ¿Drama? ¡Acaban matando inocentes!

– Entonces me estás dando la razón, habría que expandir la cúpula.

– No se va a hacer tal cosa.- advirtió la general de brigada- Además Joal, sólo ha habido 9 casos como los que expones. Desde Nazgra ya se intentan controlar para que no lleguen a tal punto.

– De nada. -respondió Ál.

– Eres un pedante.

– Yo lo llamo «profesionalidad»

– Señores, por favor, esto no es una competición.- les regañó el comandante.- y tú, Áldemir, deja de intentar ganarte más enemigos, ¿Acaso no tienes suficientes con los demonios?

– Ni los alumnos de Árgaron le soportan.- masculló Joal.

– Los alumnos me adoran. -replicó. Aunque no era del todo cierto.

– Lo que debes hacer es aumentar la seguridad en Nazgra y evitar que estos casos sucedan. Por algo eres Kalhar, para proteger al pueblo de los que resultan ser «potencialmente peligrosos».

<<Lo que en otras palabras se traduce como «niñera»>>, pensó irritado, <<Maldito capullo.>>

– Áldemir, apreciamos mucho tu trabajo y esfuerzo.- interrumpió la canciller con sinceridad- sin lugar a dudas eres imprescindible para esta ciudad, pero espero que comprendas nuestra posición. Te encargas del barrio de Nazgra porque eres el único Kalhar aquí, el único capaz de poner orden si la cosas se complican. Pero no vamos a actuar de forma tan radical sólo por unos cuantos. No podemos más que castigar a quienes se rebelan, pero sería injusto cortar la libertades de los que si respetan las leyes.

Él asintió y, sin mucho más que añadir, decidió mantener su boca cerrada durante el resto de aquella aburrida y absurda reunión.

Tras una larga hora de intensas peroratas que él intentaba eludir, por fin logró escabullirse. Sentía que la cabeza le iba a estallar pero en cuanto logró abandonar el edificio un golpe de aire frío le abofeteó en la cara ahuyentando aquel molesto dolor. Llovía, había anochecido y para colmo él no llevaba encima un puto paraguas.

– Vaya mierda de día- masculló enfadado.

Bajo la luz amarillenta de las farolas, caminó hacia un viejo abeto para guarecerse mientras se abrochaba rápidamente su largo abrigo negro y se enroscaba su suave bufanda de cashmere. La calle parecía desierta, sólo se oía el repiqueteo del agua y, por supuesto, sus protestas en voz baja. Necesitaba soltar todo lo que había callado antes de que explotara por dentro.

Finalmente, suspiró derrotado tras comprender que quizás aquel no era su sitio. Él necesitaba acción, le urgía sentirse útil y eso significaba combatir contra aquellas bestias, no sólo sentarse a vigilarlas a la espera de que planearan un crimen. Quizás, sólo quizás, debía plantearse buscar un nuevo trabajo en el que sus habilidades como Kalhar no se quedaran criando telarañas. Aunque ahí era útil. Realmente Veilhat le necesitaba. Todo aquel entresijo de seguridad no funcionaría si él no estaba allí para protegerles.

Una conocida risa le distrajo de sus pensamientos y sorprendido se giró para buscar su origen. Allí estaba él, su más íntimo amigo, sentado sobre un escalón de piedra resguardandose de la lluvia bajo la cornisa de entrada al congreso. ¡Había salido tan crispado que ni siquiera había reparado en su presencia!

– Por lo que acabo de ver, imagino que no te has salido con la tuya, ¿verdad?- Derem parecía encantado con el espectáculo de improperios que acababa de concederle.

– Por suerte para ti, todo sigue igual.- respondió Áldemir mientras le observaba con recelo.

Derem sonrió satisfecho y se hizo a un lado para dejarle un hueco a su amigo.

– Intuyo no estás nada contento con el resultado- acertó.

– ¿Tú qué crees?

– Creo que no todos somos salvajes Áldemir, deberías saberlo mejor que nadie.- añadió con dulzura, mirándole como un padre miraría a su hijo, intentando hacerle comprender.- Los métodos de defensa de esta ciudad funcionan a la perfección y más contigo aquí, no entiendo por qué habría que cambiar nada.

– Para empezar no me mires así- refunfuñó Áldemir incómodo– Tú no eres como ellos. Te criaste bajo otras circunstancias y …

– ¿Y qué?¿Crees que no hay más infectados como yo?- preguntó frunciendo el ceño.- ¿Tan raro te parece que un licántropo o un vampiro puedan tener humanidad?

– Los instintos siempre acaban brotando- advirtió.

– ¿Lo dices porque eres incapaz de controlar los tuyos?

<<Touché.>>

– Podrías unirte al cuerpo de seguridad. Serías el primer licántropo bajo mis órdenes. Así dejarían de mirarme como si matase a alguien cada vez que abro la boca.

Derem no pudo evitar reír con aquello.

– ¿Un lobo de uniforme? Lo siento Ál, pero me verían como un traidor. No es que estemos en contra del cuerpo de seguridad… pero tampoco nos gustáis demasiado. Nos dáis una libertad a medias, como si estuviéramos en arresto domiciliario, y lo de las perreras… Aunque todos entendamos su función, es algo realmente humillante para nosotros.

– ¿Eso crees? Porque a mí me da la sensación de que se os deja la cadena demasiado larga.

Su amigo desvió la mirada e inspiró fuertemente para serenarse y no pegarle un puñetazo.

– ¿Qué tal si nos tomamos una copa?- preguntó cambiando de tema.

Áldemir frunció el ceño al ver como Derem intentaba evitar la discusión que se les avecinaba, algo que solía hacer bastante a menudo y que él odiaba. ¿Pero qué más daba? En realidad, no tenía ganas de seguir discutiendo.

– Vale, admito que me hace falta un buen trago– confesó – Pero ya puedes ayudarme a encontrar un buen ligue para esta noche, no pienso irme a la cama solo y menos en un día tan infernal como este.

– Como si alguna vez te hubiese costado irte a la cama acompañado- protestó Derem– No me dejas ni las sobras.

Ál no pudo evitar alzar la ceja con diversión. Bien sabía que no era verdad. De entre los dos Derem era el que más ligaba de calle. Era guapetón, rubio, alto… pero sobretodo conquistaba por su encanto y simpatía. No le costaba nada caer bien, algo que a Áldemir le faltaba controlar, eso y su aura intimidante.

Tras mirar su reloj de muñeca que ya marcaba las once, Áldemir sacó el comunicador del bolsillo y se dispuso a llamar a la persona que faltaba en aquella ecuación, no sin antes tenderle las llaves de su coche a su querido amigo.

– Voy a llamar a Anja, ¿Conduces?

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REQUIEM X LA INOCENCIA_Cap1

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 1_Cirdán

1. Cirdán

11 meses antes.

A sus 17 años ya había tenido una vida extremadamente problemática. Su hogar, lo único que había conocido en su niñez, había sido prácticamente una celda. Los que creía y juraban ser su familia sólo buscaban aprovecharse de él; le habían entrenado día tras día, noche tras noche, obligándole a matar repetidas veces, a luchar con garras y dientes para sobrevivir, forzándole sin alternativas a disfrutar de todo aquello que rozaba lo inhumano hasta que sin darse cuenta pasó a formar parte de su rutina.

Tan sólo era un adolescente pero ya había experimentado situaciones que le habían llevado al límite: La ira, el odio y egoísmo con el que su clan le trataba le habían hecho madurar a golpes, golpes que se repetían una y otra vez y que hacían mella en su carácter. Había sufrido demasiado, le habían adiestrado, torturado durante años para hacer de él un arma hasta que, al fin, escapar le hizo obtener esa libertad que nunca conoció.

Tras huir a los ocho años de aquel horrible lugar, su madre y él se habían visto obligados a mudarse de ciudad unas…¿Diez veces?. Estaba harto, harto y muy cansado de que no dejaran de perseguirles. Parecía que cambiaba de casa más que de ropa y la verdad es que, aunque esta última vez habían aguantado ocultos más de un año, lo que era un record para ambos, a él ya empezaba a agobiarle tener que llevar la casa a cuestas.

Todo aquello parecía más de lo que podía soportar, sin embargo Cirdán era increíblemente resistente. Aunque tenía momentos de debilidad siempre sabía sacar fuerzas para volver a ponerse en pie y pelear por esa vida que merecía llevar, porque eso era lo que mejor sabía hacer: Luchar sin descanso.

Su meta era olvidarlo todo, hacer amigos, disfrutar de aquello que no había podido hacer todos esos años de cautiverio y simplemente ser un chico más, con los típicos problemas de alguien de su edad. Pero aquello parecía un sueño imposible. El daño ya estaba hecho y borrar esa parte de él era endiabladamente difícil. ¿Cómo iba a conseguir eliminar lo que había sido durante toda su infancia? Aunque en los últimos años había aprendido a ocultarlo llevando una vida relativamente normal, en el fondo de su ser aquella bestia seguía allí…y lo peor de todo es que a veces no podía dominarla.

Perdía rápidamente la cordura con el delicioso sabor de la sangre fresca, ese dulce aroma que le deleitaba estremeciendo su cuerpo por completo. No iba a negarlo, en parte le gustaba sentir esa increíble sensación de superioridad, de poder, de fortaleza; las habilidades que le conferían ser el único híbrido sobre la faz del planeta: mitad vampiro, mitad licántropo.

Por suerte para él, su físico le ayudaba a pasar desapercibido.

Era un muchacho no muy alto, delgaducho pero fibrado. Tenía una cara inocente que enseguida inspiraba confianza; de pelo rubio oscuro y liso que caía sobre sus ojos color miel a los que les acompañaba una naricilla respingona cubierta de sutiles pecas. Su actitud siempre era amable, algo callado pero muy educado y responsable.  ¿Quién en su sano juicio iba a pensar que era el mayor asesino de todos los tiempos?

– ¡Cirdán! ¡Tenemos que irnos! – gritó Luth, su madre, haciéndose oír entre los disparos y explosiones que venían del exterior.

El ambiente en Vetrara estaba caldeado a pesar de las bajas temperaturas de aquella noche. La desconfianza y el rencor eran casi palpables en aquella ciudad que estaba siendo engullida por una guerra racial entre Vampiros, Licántropos; Terrestres y Delhârians. Una batalla campal en la que algunos Delhârians, la raza a la que perteneció antes de ser mutado, luchaban para expulsar a los Terrestres culpándolos de haber infectado a su gente con las maldiciones de la licantropía y el vampirismo, convirtiendo a muchos en horribles monstruos, demonios, aberraciones que se alimentaban de sangre y muerte.

Aquellos que se hacían llamar «humanos» o «terrestres» habían llegado a su planeta y se habían refugiado en sus ciudades. A la larga, las diferencias culturales se fueron agravando, poniendo en manifiesto un gran sentimiento de xenofobia entre muchos, quienes no tenían reparo en defender su principal pensamiento: Nadie tenía derecho a ocupar y cambiar su mundo, aquella tierra era de los Delharians.

Así pues, después de años malgastados tratando de encontrar una cura que nunca llegó, un grupo organizado de Delhârians que habitaba Nila, una ciudad al norte de la división occidental, manifestó su odio y se alzó en armas, asesinando sin piedad a todo aquel que estuviera infectado independientemente de sus actos o raza. Si ningún antídoto o vacuna podía parar esa plaga, los exterminarían ellos mismos a sangre fría. Se habían entrenado para combatir a aquellos parásitos, habían fabricado un fuerte armamento con madera, verbena y plata y se hacían llamar «Cazadores».

Todo ello había causado una enorme brecha entre los Delhârians, dividiendo su raza en tres grupos ideológicos: Los que apoyaban el ya mencionado movimiento ultra radical de los Cazadores; los moderados, quienes se mostraban defensores de los Terrestres pero en contra de aquellos «monstruos»; y por último, aquellos en contra de cualquier tipo de exclusión, pues muchos, además de tener algún familiar infectado, tenían la esperanza de encontrar algún día una vacuna.

Demasiado enfrascado en sus pensamientos como para atender a su madre, Cirdán suspiró afligido mientras vislumbraba el panorama a través de la ventana de su habitación. Desde allí podía contemplar cómo en la calle el tiroteo se apagaba confundido por una bomba de humo que no dejaba distinguir al enemigo. Ya no había ni rastro de la faceta acogedora de Vetrara, sólo quedaba su parte fría, oscura y enormemente triste.

Una bengala tiñó la humareda de rojo y acto seguido varias granadas estallaron a pocos metros del edificio, haciendo temblar los muebles y lámparas. Los cristales de la ventana vibraron bajo el estruendo mientras los cascotes del techo volvían a caer acentuando la grieta que parecía no aguantar por mucho más tiempo el peso del edificio.

– ¡¡Cirdán!!- volvió a llamarle de nuevo Luth mientras aparecía por el marco de la puerta con una mezcla de desesperación y auténtico pavor – ¡Tenemos que irnos ya!

Cirdán no lo dudó más y cogió con rapidez la mochila en la que guardaba las pocas cosas importantes que podían caber allí.

<<A eso se reduce mi vida>>– Pensó con ironía – <<a una mochila >>

Dirigiéndose a la salida se cruzó con su reflejo y extrañado le devolvió la mirada. Hacía días que habían cortado el suministro de agua por lo que tenía la cara llena de sucios churretes que se fundían con sus pecas. Su pelo enmarañado en vez de rubio parecía blanco a causa del polvo que se había ido acumulando con cada estallido del exterior. Si no hubiera sido por el intenso color caramelo de sus ojos marrones, habría pensado que el espejo sólo reflejaba en escala de grises.

– ¡Vamos!

– Ya voy Luth.

Recolocándose la mochila, siguió su camino a la vez que se sacudía el polvo y, sintiendo de nuevo la casa temblar bajo sus pies por una nueva explosión, se apresuró en salir disparado escaleras abajo.

– Cada vez quedan menos sitios donde escondernos – Murmuró frustrado tras llegar a lo que quedaba del portal del edificio.

Al ver la masa de escombros que era ahora el suelo, suspiro entristecido para después contemplar cómo su madre abría levemente el portón de hierro, divisado así la calle. Sólo le tomó un instante comprender que para ella no iba a resultar nada fácil escapar.

– ¿Crees que podrás salir?-preguntó él.

Luth cerró la puerta sigilosamente mientras se mordía el labio con preocupación. Acto seguido miró a su hijo a la vez que su mente trabajaba a toda velocidad buscando una vía de escape. Su larga cabellera rubia le caía en cascada por los hombros y sus reondeado ojos esmeralda reflejaban un insomnio que raras veces aparecía en ella. Era más bajita que él y sus labios rosados y gruesos resaltaban sobre su piel pecosa que nunca envejecía. Su cuerpo había quedado inmortalizado a la edad de 19 años tras ser convertida en vampiro en contra de su voluntad, por lo que su belleza no había hecho más que aumentar cuando la maldición la invadió por completo.

– Todas las farolas están encendidas- comentó Luth- no deberías tener ningún problema si te camuflas entre las sombras.

– No voy a ir a ninguna parte sin ti.

-¡Pero hijo, yo no tengo tus habilidades! No sé si podré salir con vida de aquí. ¡Llevan buscándonos varias semanas! En cuanto nos descubran nos capturarán de nuevo.

– No digas tonterías.- le regañó sabiendo que exageraba- ¿Cuánta gente hay ahí fuera?- Preguntó.

– Creo que unos 11…

Cirdán soltó la mochila y decidido se abrió paso para contemplar la escena a través de la ranura de la puerta.

– Puedo de sobra con ellos, sólo hay 3 cazadores- Respondió observando a sus enemigos que se difuminaban entre el humo.- Los Delhârians no nos causarán problemas y ten por seguro que los terrestres huirán al instante.- continuó- Tú tan sólo ve delante e intenta meterte en las alcantarillas sin que te vean. Yo te cubriré las espaldas.

– Pero Cirdán…Llevas días sin alimentarte…- titubeó Luth. Y es que, a pesar de que odiara que su hijo se alimentara de sangre, tenía que admitir que sin ella no podían llegar muy lejos.

– Vamos a huir juntos Luth.- La interrumpió- Yo me encargo.

Dicho esto, le pasó la mochila a su madre y abrió el portón con cuidado, cediéndole el paso para que, con sumo sigilo, se adentrara en la espesa neblina rojiza que desprendía un intenso olor a pólvora.

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