RÉQUIEM POR LA INOCENCIA
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Capítulo 2_Áldemir
2. Áldemir
A kilómetros de Vetrara…
Alto, atlético, fuerte, de tez bronceada, pelo corto y moreno con reflejos azulados, peinado hacia atrás con fingido descuido dejando caer pequeños mechones sobre sus atrayentes ojos color púrpura. Para rematar, poseía unos labios irresistibles cuyo inferior estaba rodeado por un aro de plata, al igual que en la ceja y otros tantos en sus orejas puntiagudas; sin olvidar, por supuesto, el curioso tatuaje bajo su ojo izquierdo compuesto por dos líneas alargadas siguiendo el contorno del párpado inferior. Ese era Aldemir, un hombre endiabladamente atractivo pero que a la vez causaba temor; adinerado, con casa propia, un cochazo, dos carreras universitarias, bastantes admiradoras y un muy buen trabajo, todo eso con tan sólo 28 años. Y se preguntaba… ¿Qué coño hacía un tipo como él atrapado un viernes por la noche en una maldita reunión de estado de la cual ya sabían todos su opinión?
¿Vampiros? NO
¿Licántropos? NO
Era simple. Aquello tenía que parar. Hacía años que su raza, los Delhârians, habían aceptado que los terrestres compartieran su mundo, pero lo que estaba sucediendo no podía tolerarse. Habían sido engañados, les tendieron la mano de forma confiada y altruista y ellos les habían respondido de la peor forma, contagiando a miles de los suyos con las peores maldiciones: la licantropía y el vampirismo. Sabía a la perfección que no todos los humanos eran culpables de aquella atrocidad, no era idiota, pero había llegado la hora de defenderse y si eso suponía llevarse a algún terrestre por delante, no iba a poner objeciones. Simplemente no podía quedarse de brazos cruzados por más tiempo mientras los suyos morían asesinados por aquellos monstruos. Asesinados o infectados, en realidad no sabía qué destino era el peor…
– No estoy de acuerdo- respondió Áldemir ante la opinión de la canciller– Deberíamos actuar como Vetrara pero de forma organizada y eficiente. No podemos esperar más tiempo. Hay que expulsarlos o destruirlos.
– Entonces estarás de acuerdo en expulsar a tu amigo Derem- Puntualizó el general defendiendo la posición de la canciller.
Áldemir arrugó la nariz demostrando su molestia.
Derem había sido su mejor amigo desde hacía años. Además de ser un mestizo fruto de una relación entre una humana y un Delhârian, había nacido por desgracia con la maldición de la luna llena. Sin embargo, eso no quitaba que fuera un tipo sensato, pues había aprendido a controlar sus instintos. Vivía de forma normal, bastante honrada. Cuando la luna llena se acercaba, siempre actuaba conforme indicaba la ley:
«Todo aquel licántropo habitante de Veilhat debe aislarse o acudir a las «perreras» para permanecer en confinamiento. Dado el caso, tendrá que permitir ser sedado a fin de mantenerse dormido hasta considerarse pertinente su liberación. Con ello se podrá garantizar el orden y la seguridad de la población.»
Quienes no acataban esas normas eran rápidamente ejecutados.
En resumidas cuentas, Derem era un buen tío, de carácter sencillo, con un gran corazón, divertido, sincero, risueño… Totalmente lo opuesto a Ál.
– Derem no es como ellos.
– Derem es uno más.- contestó Raven, director de la academia de Árgaron, la cual estaba bajo la protección de Áldemir.
– Él no es un salvaje- protestó entre dientes.
– Y no es el único.- añadió el comandante de forma calmada- Jamás estaremos a favor de ese movimiento ultra Ál. Entiendo que tus instintos de Kalhar te lo pidan, pero no puedes generalizar.- advirtió.
¿Estaban de coña? ¿Por qué llevaba años trabajando para ellos entonces? Siendo uno de los pocos Kalhars existentes con más razón debían escucharle. Sólo había seis más como él en todo el planeta, siete personas totalmente inmunes a aquellas maldiciones y con capacidad para combatirlas. Los poderes de esos demonios quedaban totalmente anulados en su presencia. Cada Kalhar poseía en su sangre la capacidad de anular y debilitar a un vampiro si éste se atrevía a moderles, pero además estaban dotados con habilidades diferentes los unos de los otros, habilidades que sólo entre ellos sabían. «Kalhar» significaba «salvador» y eso era justamente lo que hacían: arriesgarse en salvar innumerables vidas a fin de mantener a su pueblo protegido.
– En ningún momento he dicho que se expulsen a los humanos- Se defendió él para aclarar que su postura era la de los moderados… Aunque no demasiado.
– Se reforzarán los filtros- continuó la canciller sin escucharle- la cúpula ya se encarga de no dejar entrar a ningún vampiro por lo que tú y tus subalternos sólo tendréis que mantener el orden en el barrio de Nazgra como habéis hecho hasta ahora.
Áldemir asintió mientras procuraba evitar que el odio que le corroía por dentro se viera reflejado en su rostro. Ese era como siempre el punto final de aquellas reuniones. Llevaba dos años siendo el jefe de seguridad del barrio de Nazgra y la academia Argaron. Desde que estaba él, la seguridad había mejorado notablemente. Sin embargo, no parecían tomar en serio sus medidas de prevención. La verdad es que no sabía ni para qué le invitaban, le hacían sentir totalmente inútil, casi fuera de lugar.
– ¿Por qué no incluimos Nazgra dentro de la cúpula?- Insistió, aunque ya sabía la respuesta.
Nazgra era el único barrio de Veilhat sin la seguridad de la cúpula. Aquella cúpula o escudo impedía a los vampiros entrar en la ciudad. Su funcionamiento era simple. Entre todas las maldiciones de los vampiros, una era la incapacidad de entrar a un lugar sin ser invitado por su propietario. Por ello, las escrituras de Veilhat estaban a nombre varias personas escogidas tras un minucioso proceso de selección. Este proceso era llevado a cabo por los altos mandos de defensa y seguridad. Las identidades de los propietarios eran totalmente desconocidas para el resto de la población, pues aquel cargo debía mantenerse en la más absoluta confidencialidad para evitar de esta manera que sus vidas corriesen peligro ya que, de lo contrario, estarían en el punto de mira de todos los vampiros que quisieran asesinarlas, obligarlas o chantajearlas con el fin de poder cruzar aquella molesta barrera, algo que ya había sucedido. La cúpula tenía sus puntos débiles, había que admitirlo, pero era efectiva al 99%. Por ello, Áldemir pedía incluir el barrio de Nazgra dentro de aquel escudo. Sin embargo, la ciudad no sólo era famosa por éste, sino también por Nazgra, el único barrio mundialmente conocido por su baja tasa de criminalidad a pesar de su libertad multirracial.
– «Todos son bienvenidos», ese es nuestro lema.- contestó Joal, quien se creía que ser jefe de seguridad dentro de la cúpula era lo mismo que serlo en Nazgra…- Seríamos unos hipócritas si expulsáramos del barrio liberal a todo ser sobrenatural.
– ¿Sobrenatural? Yo diría más bien todo ser «potencialmente peligroso»- corrigió Ál con desagrado- Está muy bien opinar sin ser segurata en Nazgra, Joal.- añadió sarcástico.
– En los demás barrios también tenemos nuestros problemas.- respondió él enfadado- Muchas veces encontramos idiotas que ansían la vida eterna y hacen un pacto para que un vampiro se la conceda. En cuanto son mordidos se disponen a cumplir su parte del trato. Aprovechan para atravesar la cúpula en pleno proceso de transformación sabiendo que el hechizo aún no les afecta y una vez dentro, su objetivo es invitar a esos demonios como parte del pago por su nueva vida. ¿Sabes el peligro que eso supone? Andamos cada día con mil ojos, y nunca son suficientes.
– No soy idiota, sé perfectamente que eso ocurre. Sin embargo, difícilmente pueden llevar a cabo su plan cuando no logran ni controlar su hambre. Sabes bien que si no beben sangre la transformación no se completa, por eso la cúpula no les afecta, aún son simples mortales. Pero míralo por el lado bueno, si no se alimentan de sangre, mueren, y si se alimentan para completar la conversión, la cúpula se encarga de matarlos. Así que no montes tanto drama.
– ¿Drama? ¡Acaban matando inocentes!
– Entonces me estás dando la razón, habría que expandir la cúpula.
– No se va a hacer tal cosa.- advirtió la general de brigada- Además Joal, sólo ha habido 9 casos como los que expones. Desde Nazgra ya se intentan controlar para que no lleguen a tal punto.
– De nada. -respondió Ál.
– Eres un pedante.
– Yo lo llamo «profesionalidad»
– Señores, por favor, esto no es una competición.- les regañó el comandante.- y tú, Áldemir, deja de intentar ganarte más enemigos, ¿Acaso no tienes suficientes con los demonios?
– Ni los alumnos de Árgaron le soportan.- masculló Joal.
– Los alumnos me adoran. -replicó. Aunque no era del todo cierto.
– Lo que debes hacer es aumentar la seguridad en Nazgra y evitar que estos casos sucedan. Por algo eres Kalhar, para proteger al pueblo de los que resultan ser «potencialmente peligrosos».
<<Lo que en otras palabras se traduce como «niñera»>>, pensó irritado, <<Maldito capullo.>>
– Áldemir, apreciamos mucho tu trabajo y esfuerzo.- interrumpió la canciller con sinceridad- sin lugar a dudas eres imprescindible para esta ciudad, pero espero que comprendas nuestra posición. Te encargas del barrio de Nazgra porque eres el único Kalhar aquí, el único capaz de poner orden si la cosas se complican. Pero no vamos a actuar de forma tan radical sólo por unos cuantos. No podemos más que castigar a quienes se rebelan, pero sería injusto cortar la libertades de los que si respetan las leyes.
Él asintió y, sin mucho más que añadir, decidió mantener su boca cerrada durante el resto de aquella aburrida y absurda reunión.
Tras una larga hora de intensas peroratas que él intentaba eludir, por fin logró escabullirse. Sentía que la cabeza le iba a estallar pero en cuanto logró abandonar el edificio un golpe de aire frío le abofeteó en la cara ahuyentando aquel molesto dolor. Llovía, había anochecido y para colmo él no llevaba encima un puto paraguas.
– Vaya mierda de día- masculló enfadado.
Bajo la luz amarillenta de las farolas, caminó hacia un viejo abeto para guarecerse mientras se abrochaba rápidamente su largo abrigo negro y se enroscaba su suave bufanda de cashmere. La calle parecía desierta, sólo se oía el repiqueteo del agua y, por supuesto, sus protestas en voz baja. Necesitaba soltar todo lo que había callado antes de que explotara por dentro.
Finalmente, suspiró derrotado tras comprender que quizás aquel no era su sitio. Él necesitaba acción, le urgía sentirse útil y eso significaba combatir contra aquellas bestias, no sólo sentarse a vigilarlas a la espera de que planearan un crimen. Quizás, sólo quizás, debía plantearse buscar un nuevo trabajo en el que sus habilidades como Kalhar no se quedaran criando telarañas. Aunque ahí era útil. Realmente Veilhat le necesitaba. Todo aquel entresijo de seguridad no funcionaría si él no estaba allí para protegerles.
Una conocida risa le distrajo de sus pensamientos y sorprendido se giró para buscar su origen. Allí estaba él, su más íntimo amigo, sentado sobre un escalón de piedra resguardandose de la lluvia bajo la cornisa de entrada al congreso. ¡Había salido tan crispado que ni siquiera había reparado en su presencia!
– Por lo que acabo de ver, imagino que no te has salido con la tuya, ¿verdad?- Derem parecía encantado con el espectáculo de improperios que acababa de concederle.
– Por suerte para ti, todo sigue igual.- respondió Áldemir mientras le observaba con recelo.
Derem sonrió satisfecho y se hizo a un lado para dejarle un hueco a su amigo.
– Intuyo no estás nada contento con el resultado- acertó.
– ¿Tú qué crees?
– Creo que no todos somos salvajes Áldemir, deberías saberlo mejor que nadie.- añadió con dulzura, mirándole como un padre miraría a su hijo, intentando hacerle comprender.- Los métodos de defensa de esta ciudad funcionan a la perfección y más contigo aquí, no entiendo por qué habría que cambiar nada.
– Para empezar no me mires así- refunfuñó Áldemir incómodo– Tú no eres como ellos. Te criaste bajo otras circunstancias y …
– ¿Y qué?¿Crees que no hay más infectados como yo?- preguntó frunciendo el ceño.- ¿Tan raro te parece que un licántropo o un vampiro puedan tener humanidad?
– Los instintos siempre acaban brotando- advirtió.
– ¿Lo dices porque eres incapaz de controlar los tuyos?
<<Touché.>>
– Podrías unirte al cuerpo de seguridad. Serías el primer licántropo bajo mis órdenes. Así dejarían de mirarme como si matase a alguien cada vez que abro la boca.
Derem no pudo evitar reír con aquello.
– ¿Un lobo de uniforme? Lo siento Ál, pero me verían como un traidor. No es que estemos en contra del cuerpo de seguridad… pero tampoco nos gustáis demasiado. Nos dáis una libertad a medias, como si estuviéramos en arresto domiciliario, y lo de las perreras… Aunque todos entendamos su función, es algo realmente humillante para nosotros.
– ¿Eso crees? Porque a mí me da la sensación de que se os deja la cadena demasiado larga.
Su amigo desvió la mirada e inspiró fuertemente para serenarse y no pegarle un puñetazo.
– ¿Qué tal si nos tomamos una copa?- preguntó cambiando de tema.
Áldemir frunció el ceño al ver como Derem intentaba evitar la discusión que se les avecinaba, algo que solía hacer bastante a menudo y que él odiaba. ¿Pero qué más daba? En realidad, no tenía ganas de seguir discutiendo.
– Vale, admito que me hace falta un buen trago– confesó – Pero ya puedes ayudarme a encontrar un buen ligue para esta noche, no pienso irme a la cama solo y menos en un día tan infernal como este.
– Como si alguna vez te hubiese costado irte a la cama acompañado- protestó Derem– No me dejas ni las sobras.
Ál no pudo evitar alzar la ceja con diversión. Bien sabía que no era verdad. De entre los dos Derem era el que más ligaba de calle. Era guapetón, rubio, alto… pero sobretodo conquistaba por su encanto y simpatía. No le costaba nada caer bien, algo que a Áldemir le faltaba controlar, eso y su aura intimidante.
Tras mirar su reloj de muñeca que ya marcaba las once, Áldemir sacó el comunicador del bolsillo y se dispuso a llamar a la persona que faltaba en aquella ecuación, no sin antes tenderle las llaves de su coche a su querido amigo.
– Voy a llamar a Anja, ¿Conduces?
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