MAIDEN ROSE_Cap35_RAW

Hola a tod@s!

Aquí os traigo el raw escaneado y limpito.

Espero que lo disfrutéis (sobretodo el beso que Taki POR FIN le da a Klaus, todo un acontecimiento)

Como siempre os digo, podéis comprar el manga en amazon para ayudar a nuestra querida sensei:

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RÉQUIEM X LA INOCENCIA_Cap4

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 4_Huída

4.Huída

Luth atravesó velozmente la calle sin volver la vista atrás. Tenía que ser sigilosa y rápida para que no la descubrieran. Cirdán y ella llevaban dos semanas sin probar una gota de sangre y, aunque él aún tenía fuerzas para defenderse, ella no iría muy lejos si la atrapaban. Por suerte, las bombas de humo de sus contrincantes le habían ayudado a ocultarse, sólo tenían que avanzar un poco más hasta llegar a la alcantarilla e introducirse en los subterráneos. El entorno estaba viciado de aquel intenso olor a pólvora y azufre, pero había algo más, una fragancia que le resultaba familiar. Su cuerpo reaccionó instintivamente, humedeciendo su boca, contrayendo sus pupilas. Enfadada al percatarse del origen de aquel aroma, maldijo para sus adentros. Sangre, no podía ser otra cosa. En silencio, se escondió tras una columna para esperar a Cirdán, pero como suponía, su hijo no la había seguido.

Tal y como Cirdán había imaginado, los cazadores les vieron cruzar la plaza a pesar de la espesa neblina rojiza. Sabía de sobra que Luth no podría luchar contra ellos, así que, antes de que pudieran tan siquiera acercarse a ella, se volvió para enfrentarles. Tenía que hacer todo lo posible para que ella pudiera huir, daba igual lo débil que él estuviera.

La bomba de humo se disipó en seguida, instante en el que le atacaron. Una flecha de plata le atravesó el gemelo haciéndole bramar de dolor mientras caía de rodillas al suelo. La respuesta de su piel fue más que suficiente para ellos. Aquella herida era el detector perfecto de demonios. La plata reaccionaba como el ácido al contacto de un licántropo o un vampiro y eso era lo que querían ver. Cirdán apretó los dientes y obviando el daño que le supondría, se arrancó la flecha de la pierna sin dudarlo dos veces. Antes de poder levantarse, los cazadores se abalanzaron sobre él. Los delharians y humanos huyeron rápidamente al percatarse de que aquellos asesinos habían encontrado una presa mucho mejor que todos ellos. Aprovechando su posición desprotegida, le agarraron por la espalda e inmovilizaron sus brazos. Sabían de sobra que podían matarle con tan sólo dispararle al corazón, pero ellos preferían ensañarse con él, disfrutar del momento. Pero no hubo suerte. En cuanto Cirdán recibió el tercer puñetazo, arremetió contra ellos. Se defendió de su segundo agresor con una patada en el mentón e inmediatamente se lanzó a por el tercero, deshaciéndose de quien le sujetaba. Como un látigo, una cuerda bañada en verbena le rodeó el cuello, tirando de él brúscamente hacia atrás. Cirdán trató de tomar aire inútilmente mientras sus manos buscaban contener aquella opresión. La verbena le estaba abrasando la piel y la violencia con la que le apretaban la garganta le estaba ahogando. Tenía que hacer algo. Eludiendo la quemazón en sus dedos, sujetó la cuerda y con una increíble llave lanzó sobre su cabeza al cazador, haciéndole caer contra el suelo estrepitosamente. Antes de tan siquiera respirar, vio como uno de ellos alzaba su arma y apretaba el gatillo. Cirdán reaccionó. Con una velocidad pasmosa, logró sortear cada una de las múltiples balas. A pesar de estar débil nadie era tan ágil como él. A su paso, arrancó un trozo de metal de lo que parecía haber sido un antiguo poste. Entonces cambió el rumbo y al hacerlo, una bala le atravesó el hombro. Él gruñó de dolor, pero no se detuvo. Tomó impulso contra el suelo y con un increíble salto se hundió en el tórax de aquel hombre con la barra de acero. La dureza del impacto hizo salpicar la sangre sobre su rostro, algo que Cirdán no había tenido en cuenta. Roja, vibrante, cálida… El chico se bloqueó, perdió la concentración. En sus labios descansaba aquel líquido bermellón que tanto ansiaba.

<<Bebe…>> allí estaba aquella voz <<Vamos, sólo tienes que lamerte los labios.>>

Esos segundos de enajenación le dejaron desprotegido. Su grito de dolor desgarró el aire al sentir un terrible pinchazo atravesándole la espalda. Con cuidado, se llevó la mano a la columna y siseó al rozarla. Le habían disparado con otra arma, ésta vez más dañina, cargada con balas de madera. Sus pequeñas astillas se clavaban en su piel, quemándola a su alrededor como si estuvieran prendidas.

Enfurecido, alzó la vista. Ya había matado a uno de ellos, pero si el resto insistía en darle caza, no tendría más remedio que concederles el mismo final que a su amigo; e iba a hacerlo por la puerta grande a pesar del gasto de energía que ello suponía. Con un simple gesto, la neblina se arremolinó a su alrededor y las sombras acudieron a él. Cada parte de su piel absorbió la oscuridad hasta transformarse en una figura de humo etérea y amenazadora que se alzó imponente ante los asustados cazadores. Su ataque fue visto y no visto. Con un giro inesperado, surcó el aire arrastrando con él las tinieblas y de improvisto atravesó el cuerpo del tirador, dejándole sin respiración, anulando su aliento. A su paso, le arrancó el corazón y disecó sus pulmones. Su arma cayó al suelo junto con su cuerpo inerte, deshidratado, como si llevara años sin vida.

Cirdán se materializó al instante ante la mirada furiosa del único cazador que seguía en pie. El olor a sangre le estaba haciendo perder la cordura y también la paciencia. Con un desprecio y una arrogancia propias de cuando perdía el control, alzó el corazón de su reciente víctima y lo estrujó sobre su boca a modo de provocación, dejando que su lengua degustara aquel manjar. Usar el poder de la obtenebración le había debilitado y las malditas balas se le clavaban como brasas bajo su piel, gangrenando sus heridas. Pero no iba a amedrentarse por eso. De repente, el cazador extrajo una estaca y arremetió contra él sin miedo alguno. Cirdán le esquivó. Con un pequeño revés, atrapó su brazo y le propinó un fuerte codazo en la mejilla y un derechazo en el mentón. Iba a golpearle nuévamente cuando el cazador se libró de su agarre y le asestó una puñalada en las costillas. Cirdán gritó y le respondió con un puñetazo antes de que el hombre le volviera a atacar. Se movía con destreza y agilidad, sujetando la estaca como si de un cuchillo se tratase. Percatándose del cansancio de Cirdán, aprovechó para agredirle sin tregua hasta que por fin consiguió arañar su rostro y atravesar su abdomen. El chico apretó los dientes molesto al sentir cómo la sangre brotaba de su mejilla. Sus movimientos eran contenidos, el daño de las balas se extendía a cada segundo que pasaba. Un segundo corte con la estaca rajó su chaqueta y alcanzó su clavícula. Sorprendido por el ataque, reculó, pero antes de que pudiera apartarse, el cazador le golpeó con violencia la herida en su hombro. Aullando de dolor, Cirdán intentó retroceder, sin embargo, algo le hizo tropezar. Mientras caía, su agresor se abalanzó sobre él con la estaca preparada. Su bramido retumbó en la plaza cuando la madera le atravesó el pecho, quedando a unos centímetros de su corazón. Entonces supo que la suerte estaba de su parte. De inmediato, agarró a aquel tipo de la cabeza y le retorció el cuello.

Luth había visto más de lo que hubiera deseado. Angustiada, corrió hacia Cirdán mientras miles de pensamientos cruzaban por su mente. Había contemplado desde su escondite cómo aquella estaca atravesaba el pecho de su hijo. No podía estar muerto, no podía estarlo.

Sus pisadas hacían eco en la solitaria calle y una vez llegó a su lado, apartó el cuerpo inerte del cazador que se hallaba sobre él. Allí estaba la estaca, clavada demasiado cerca del corazón. Asustada, la agarró entre sus manos a pesar de la quemazón y se la arrancó de cuajo, provocando que Cirdán gimiera dolorido.

– Lo siento, lo siento.- se disculpó- ¿Cómo te encuentras?

Cirdán entreabrió los ojos mientras fruncía el ceño con diversión. ¿Cómo iba a estar?

– Hambriento.- Susurró, restándole importancia.

Tras un gran suspiro de alivio, Luth le abrazó, pero el quejido de Cirdán le hizo soltarle de inmediato. No, no estaba simplemente hambriento. Con cuidado, le ayudó a incorporarse mientras éste se dejaba caer sobre su regazo. Estaba hecho un asco, cubierto de sangre, cenizas y tizne.

– Necesito que me extraigas las balas.- gimió.

Ella se percató entonces de las heridas que infectaban su hombro y su espalda.

– Tengo que quitarte la chaqueta. – le advirtió preocupada.- Te va a doler.

Cirdán asintió, no era algo que no supiera ya de antemano. Guiado por su madre, se dejó quitar la ropa y lentamente se recostó sobre el húmedo e incómodo empedrado que surcaba la calle.

– Date prisa. – suplicó él.

Aquel no era sitio para detenerse. Estaban demasiado expuestos, demasiado desprotegidos.

Por suerte para él, su madre, como buena madre, había guardado en la mochila sus pinzas quirúrgicas, un instrumento indispensable que usaban con más frecuencia de lo que les gustaría. En cuanto el frío metal atravesó su abrasada piel, Cirdán siseó. Jamás se acostumbraría a aquello por mucho que le ocurriera. Aquel dolor era inhumano. Su cuerpo reaccionaba a la madera y la plata como si ésta fueran ascuas y la verbena ácido. Cuando Luth por fin consiguió extraer las balas de su cuerpo, sintió un alivio instantáneo.

– ¿Mejor?

– Mejor – sonrió.

Sus heridas empezaron a cicatrizar y en cuestión de minutos no habría ni rastro de ellas.

– Me alimento rápidamente y nos vamos. No quiero estar más tiempo aquí.

Luth asintió y miró hacia otro lado. Aún les quedaban unos minutos para huir pero tenían que darse prisa. Habían montado tal espectáculo que pronto más cazadores irían a por ellos. Ya se veía en los carteles de búsqueda y captura, estaba segura.

Tras tomar sangre suficiente para reponerse, cargaron sus cosas y se dispusieron a correr calle abajo hacia la alcantarilla más cercana.

Las temperaturas habían caído en picado aquella noche, pero a Luth no le afectaba. Hacía tiempo que había dejado de sentir aquel tipo de sensaciones. Sin embargo, Cirdán estaba helado. El frío teñía sus mejillas encendidas mientras el vaho salía de su boca formando pequeños surcos en el aire. Él era mortal. Nadie le había mordido para transformarle en lo que ahora era. Por eso crecía, por eso podía disfrutar tanto de la noche como del día, del sol, de su luz, del calor.

Asegurándose de que nadie les hubiera visto, levantaron la pesada tapa de la alcantarilla. Estaban solos, no les había seguido. Por fin tenían vía libre para escapar.

-Tú primero- susurró Luth.

Cirdán sonrió y sin miedo tomó su mochila dispuesto a adentrarse en aquel estrecho laberinto sumido en la más completa oscuridad.

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RÉQUIEM X LA INOCENCIA_Cap2

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 2_Áldemir

2. Áldemir

A kilómetros de Vetrara…

Alto, atlético, fuerte, de tez bronceada, pelo corto y moreno con reflejos azulados, peinado hacia atrás con fingido descuido dejando caer pequeños mechones sobre sus atrayentes ojos color púrpura. Para rematar, poseía unos labios irresistibles cuyo inferior estaba rodeado por un aro de plata, al igual que en la ceja y otros tantos en sus orejas puntiagudas; sin olvidar, por supuesto, el curioso tatuaje bajo su ojo izquierdo compuesto por dos líneas alargadas siguiendo el contorno del párpado inferior. Ese era Aldemir, un hombre endiabladamente atractivo pero que a la vez causaba temor; adinerado, con casa propia, un cochazo, dos carreras universitarias, bastantes admiradoras y un muy buen trabajo, todo eso con tan sólo 28 años. Y se preguntaba… ¿Qué coño hacía un tipo como él atrapado un viernes por la noche en una maldita reunión de estado de la cual ya sabían todos su opinión?

¿Vampiros? NO

¿Licántropos? NO

Era simple. Aquello tenía que parar. Hacía años que su raza, los Delhârians, habían aceptado que los terrestres compartieran su mundo, pero lo que estaba sucediendo no podía tolerarse. Habían sido engañados, les tendieron la mano de forma confiada y altruista y ellos les habían respondido de la peor forma, contagiando a miles de los suyos con las peores maldiciones: la licantropía y el vampirismo. Sabía a la perfección que no todos los humanos eran culpables de aquella atrocidad, no era idiota, pero había llegado la hora de defenderse y si eso suponía llevarse a algún terrestre por delante, no iba a poner objeciones. Simplemente no podía quedarse de brazos cruzados por más tiempo mientras los suyos morían asesinados por aquellos monstruos. Asesinados o infectados, en realidad no sabía qué destino era el peor…

– No estoy de acuerdo- respondió Áldemir ante la opinión de la canciller– Deberíamos actuar como Vetrara pero de forma organizada y eficiente. No podemos esperar más tiempo. Hay que expulsarlos o destruirlos.

– Entonces estarás de acuerdo en expulsar a tu amigo Derem- Puntualizó el general defendiendo la posición de la canciller.

Áldemir arrugó la nariz demostrando su molestia.

Derem había sido su mejor amigo desde hacía años. Además de ser un mestizo fruto de una relación entre una humana y un Delhârian, había nacido por desgracia con la maldición de la luna llena. Sin embargo, eso no quitaba que fuera un tipo sensato, pues había aprendido a controlar sus instintos. Vivía de forma normal, bastante honrada. Cuando la luna llena se acercaba, siempre actuaba conforme indicaba la ley:

«Todo aquel licántropo habitante de Veilhat debe aislarse o acudir a las «perreras» para permanecer en confinamiento. Dado el caso, tendrá que permitir ser sedado a fin de mantenerse dormido hasta considerarse pertinente su liberación. Con ello se podrá garantizar el orden y la seguridad de la población.»

Quienes no acataban esas normas eran rápidamente ejecutados.

En resumidas cuentas, Derem era un buen tío, de carácter sencillo, con un gran corazón, divertido, sincero, risueño… Totalmente lo opuesto a Ál.

– Derem no es como ellos.

– Derem es uno más.- contestó Raven, director de la academia de Árgaron, la cual estaba bajo la protección de Áldemir.

– Él no es un salvaje- protestó entre dientes.

– Y no es el único.- añadió el comandante de forma calmada- Jamás estaremos a favor de ese movimiento ultra Ál. Entiendo que tus instintos de Kalhar te lo pidan, pero no puedes generalizar.- advirtió.

¿Estaban de coña? ¿Por qué llevaba años trabajando para ellos entonces? Siendo uno de los pocos Kalhars existentes con más razón debían escucharle. Sólo había seis más como él en todo el planeta, siete personas totalmente inmunes a aquellas maldiciones y con capacidad para combatirlas. Los poderes de esos demonios quedaban totalmente anulados en su presencia. Cada Kalhar poseía en su sangre la capacidad de anular y debilitar a un vampiro si éste se atrevía a moderles, pero además estaban dotados con habilidades diferentes los unos de los otros, habilidades que sólo entre ellos sabían. «Kalhar» significaba «salvador» y eso era justamente lo que hacían: arriesgarse en salvar innumerables vidas a fin de mantener a su pueblo protegido.

– En ningún momento he dicho que se expulsen a los humanos- Se defendió él para aclarar que su postura era la de los moderados… Aunque no demasiado.

– Se reforzarán los filtros- continuó la canciller sin escucharle- la cúpula ya se encarga de no dejar entrar a ningún vampiro por lo que tú y tus subalternos sólo tendréis que mantener el orden en el barrio de Nazgra como habéis hecho hasta ahora.

Áldemir asintió mientras procuraba evitar que el odio que le corroía por dentro se viera reflejado en su rostro. Ese era como siempre el punto final de aquellas reuniones. Llevaba dos años siendo el jefe de seguridad del barrio de Nazgra y la academia Argaron. Desde que estaba él, la seguridad había mejorado notablemente. Sin embargo, no parecían tomar en serio sus medidas de prevención. La verdad es que no sabía ni para qué le invitaban, le hacían sentir totalmente inútil, casi fuera de lugar.

– ¿Por qué no incluimos Nazgra dentro de la cúpula?- Insistió, aunque ya sabía la respuesta.

Nazgra era el único barrio de Veilhat sin la seguridad de la cúpula. Aquella cúpula o escudo impedía a los vampiros entrar en la ciudad. Su funcionamiento era simple. Entre todas las maldiciones de los vampiros, una era la incapacidad de entrar a un lugar sin ser invitado por su propietario. Por ello, las escrituras de Veilhat estaban a nombre varias personas escogidas tras un minucioso proceso de selección. Este proceso era llevado a cabo por los altos mandos de defensa y seguridad. Las identidades de los propietarios eran totalmente desconocidas para el resto de la población, pues aquel cargo debía mantenerse en la más absoluta confidencialidad para evitar de esta manera que sus vidas corriesen peligro ya que, de lo contrario, estarían en el punto de mira de todos los vampiros que quisieran asesinarlas, obligarlas o chantajearlas con el fin de poder cruzar aquella molesta barrera, algo que ya había sucedido. La cúpula tenía sus puntos débiles, había que admitirlo, pero era efectiva al 99%. Por ello, Áldemir pedía incluir el barrio de Nazgra dentro de aquel escudo. Sin embargo, la ciudad no sólo era famosa por éste, sino también por Nazgra, el único barrio mundialmente conocido por su baja tasa de criminalidad a pesar de su libertad multirracial.

– «Todos son bienvenidos», ese es nuestro lema.- contestó Joal, quien se creía que ser jefe de seguridad dentro de la cúpula era lo mismo que serlo en Nazgra…- Seríamos unos hipócritas si expulsáramos del barrio liberal a todo ser sobrenatural.

– ¿Sobrenatural? Yo diría más bien todo ser «potencialmente peligroso»- corrigió Ál con desagrado- Está muy bien opinar sin ser segurata en Nazgra, Joal.- añadió sarcástico.

– En los demás barrios también tenemos nuestros problemas.- respondió él enfadado- Muchas veces encontramos idiotas que ansían la vida eterna y hacen un pacto para que un vampiro se la conceda. En cuanto son mordidos se disponen a cumplir su parte del trato. Aprovechan para atravesar la cúpula en pleno proceso de transformación sabiendo que el hechizo aún no les afecta y una vez dentro, su objetivo es invitar a esos demonios como parte del pago por su nueva vida. ¿Sabes el peligro que eso supone? Andamos cada día con mil ojos, y nunca son suficientes.

– No soy idiota, sé perfectamente que eso ocurre. Sin embargo, difícilmente pueden llevar a cabo su plan cuando no logran ni controlar su hambre. Sabes bien que si no beben sangre la transformación no se completa, por eso la cúpula no les afecta, aún son simples mortales. Pero míralo por el lado bueno, si no se alimentan de sangre, mueren, y si se alimentan para completar la conversión, la cúpula se encarga de matarlos. Así que no montes tanto drama.

– ¿Drama? ¡Acaban matando inocentes!

– Entonces me estás dando la razón, habría que expandir la cúpula.

– No se va a hacer tal cosa.- advirtió la general de brigada- Además Joal, sólo ha habido 9 casos como los que expones. Desde Nazgra ya se intentan controlar para que no lleguen a tal punto.

– De nada. -respondió Ál.

– Eres un pedante.

– Yo lo llamo «profesionalidad»

– Señores, por favor, esto no es una competición.- les regañó el comandante.- y tú, Áldemir, deja de intentar ganarte más enemigos, ¿Acaso no tienes suficientes con los demonios?

– Ni los alumnos de Árgaron le soportan.- masculló Joal.

– Los alumnos me adoran. -replicó. Aunque no era del todo cierto.

– Lo que debes hacer es aumentar la seguridad en Nazgra y evitar que estos casos sucedan. Por algo eres Kalhar, para proteger al pueblo de los que resultan ser «potencialmente peligrosos».

<<Lo que en otras palabras se traduce como «niñera»>>, pensó irritado, <<Maldito capullo.>>

– Áldemir, apreciamos mucho tu trabajo y esfuerzo.- interrumpió la canciller con sinceridad- sin lugar a dudas eres imprescindible para esta ciudad, pero espero que comprendas nuestra posición. Te encargas del barrio de Nazgra porque eres el único Kalhar aquí, el único capaz de poner orden si la cosas se complican. Pero no vamos a actuar de forma tan radical sólo por unos cuantos. No podemos más que castigar a quienes se rebelan, pero sería injusto cortar la libertades de los que si respetan las leyes.

Él asintió y, sin mucho más que añadir, decidió mantener su boca cerrada durante el resto de aquella aburrida y absurda reunión.

Tras una larga hora de intensas peroratas que él intentaba eludir, por fin logró escabullirse. Sentía que la cabeza le iba a estallar pero en cuanto logró abandonar el edificio un golpe de aire frío le abofeteó en la cara ahuyentando aquel molesto dolor. Llovía, había anochecido y para colmo él no llevaba encima un puto paraguas.

– Vaya mierda de día- masculló enfadado.

Bajo la luz amarillenta de las farolas, caminó hacia un viejo abeto para guarecerse mientras se abrochaba rápidamente su largo abrigo negro y se enroscaba su suave bufanda de cashmere. La calle parecía desierta, sólo se oía el repiqueteo del agua y, por supuesto, sus protestas en voz baja. Necesitaba soltar todo lo que había callado antes de que explotara por dentro.

Finalmente, suspiró derrotado tras comprender que quizás aquel no era su sitio. Él necesitaba acción, le urgía sentirse útil y eso significaba combatir contra aquellas bestias, no sólo sentarse a vigilarlas a la espera de que planearan un crimen. Quizás, sólo quizás, debía plantearse buscar un nuevo trabajo en el que sus habilidades como Kalhar no se quedaran criando telarañas. Aunque ahí era útil. Realmente Veilhat le necesitaba. Todo aquel entresijo de seguridad no funcionaría si él no estaba allí para protegerles.

Una conocida risa le distrajo de sus pensamientos y sorprendido se giró para buscar su origen. Allí estaba él, su más íntimo amigo, sentado sobre un escalón de piedra resguardandose de la lluvia bajo la cornisa de entrada al congreso. ¡Había salido tan crispado que ni siquiera había reparado en su presencia!

– Por lo que acabo de ver, imagino que no te has salido con la tuya, ¿verdad?- Derem parecía encantado con el espectáculo de improperios que acababa de concederle.

– Por suerte para ti, todo sigue igual.- respondió Áldemir mientras le observaba con recelo.

Derem sonrió satisfecho y se hizo a un lado para dejarle un hueco a su amigo.

– Intuyo no estás nada contento con el resultado- acertó.

– ¿Tú qué crees?

– Creo que no todos somos salvajes Áldemir, deberías saberlo mejor que nadie.- añadió con dulzura, mirándole como un padre miraría a su hijo, intentando hacerle comprender.- Los métodos de defensa de esta ciudad funcionan a la perfección y más contigo aquí, no entiendo por qué habría que cambiar nada.

– Para empezar no me mires así- refunfuñó Áldemir incómodo– Tú no eres como ellos. Te criaste bajo otras circunstancias y …

– ¿Y qué?¿Crees que no hay más infectados como yo?- preguntó frunciendo el ceño.- ¿Tan raro te parece que un licántropo o un vampiro puedan tener humanidad?

– Los instintos siempre acaban brotando- advirtió.

– ¿Lo dices porque eres incapaz de controlar los tuyos?

<<Touché.>>

– Podrías unirte al cuerpo de seguridad. Serías el primer licántropo bajo mis órdenes. Así dejarían de mirarme como si matase a alguien cada vez que abro la boca.

Derem no pudo evitar reír con aquello.

– ¿Un lobo de uniforme? Lo siento Ál, pero me verían como un traidor. No es que estemos en contra del cuerpo de seguridad… pero tampoco nos gustáis demasiado. Nos dáis una libertad a medias, como si estuviéramos en arresto domiciliario, y lo de las perreras… Aunque todos entendamos su función, es algo realmente humillante para nosotros.

– ¿Eso crees? Porque a mí me da la sensación de que se os deja la cadena demasiado larga.

Su amigo desvió la mirada e inspiró fuertemente para serenarse y no pegarle un puñetazo.

– ¿Qué tal si nos tomamos una copa?- preguntó cambiando de tema.

Áldemir frunció el ceño al ver como Derem intentaba evitar la discusión que se les avecinaba, algo que solía hacer bastante a menudo y que él odiaba. ¿Pero qué más daba? En realidad, no tenía ganas de seguir discutiendo.

– Vale, admito que me hace falta un buen trago– confesó – Pero ya puedes ayudarme a encontrar un buen ligue para esta noche, no pienso irme a la cama solo y menos en un día tan infernal como este.

– Como si alguna vez te hubiese costado irte a la cama acompañado- protestó Derem– No me dejas ni las sobras.

Ál no pudo evitar alzar la ceja con diversión. Bien sabía que no era verdad. De entre los dos Derem era el que más ligaba de calle. Era guapetón, rubio, alto… pero sobretodo conquistaba por su encanto y simpatía. No le costaba nada caer bien, algo que a Áldemir le faltaba controlar, eso y su aura intimidante.

Tras mirar su reloj de muñeca que ya marcaba las once, Áldemir sacó el comunicador del bolsillo y se dispuso a llamar a la persona que faltaba en aquella ecuación, no sin antes tenderle las llaves de su coche a su querido amigo.

– Voy a llamar a Anja, ¿Conduces?

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REQUIEM X LA INOCENCIA_Cap1

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

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Capítulo 1_Cirdán

1. Cirdán

11 meses antes.

A sus 17 años ya había tenido una vida extremadamente problemática. Su hogar, lo único que había conocido en su niñez, había sido prácticamente una celda. Los que creía y juraban ser su familia sólo buscaban aprovecharse de él; le habían entrenado día tras día, noche tras noche, obligándole a matar repetidas veces, a luchar con garras y dientes para sobrevivir, forzándole sin alternativas a disfrutar de todo aquello que rozaba lo inhumano hasta que sin darse cuenta pasó a formar parte de su rutina.

Tan sólo era un adolescente pero ya había experimentado situaciones que le habían llevado al límite: La ira, el odio y egoísmo con el que su clan le trataba le habían hecho madurar a golpes, golpes que se repetían una y otra vez y que hacían mella en su carácter. Había sufrido demasiado, le habían adiestrado, torturado durante años para hacer de él un arma hasta que, al fin, escapar le hizo obtener esa libertad que nunca conoció.

Tras huir a los ocho años de aquel horrible lugar, su madre y él se habían visto obligados a mudarse de ciudad unas…¿Diez veces?. Estaba harto, harto y muy cansado de que no dejaran de perseguirles. Parecía que cambiaba de casa más que de ropa y la verdad es que, aunque esta última vez habían aguantado ocultos más de un año, lo que era un record para ambos, a él ya empezaba a agobiarle tener que llevar la casa a cuestas.

Todo aquello parecía más de lo que podía soportar, sin embargo Cirdán era increíblemente resistente. Aunque tenía momentos de debilidad siempre sabía sacar fuerzas para volver a ponerse en pie y pelear por esa vida que merecía llevar, porque eso era lo que mejor sabía hacer: Luchar sin descanso.

Su meta era olvidarlo todo, hacer amigos, disfrutar de aquello que no había podido hacer todos esos años de cautiverio y simplemente ser un chico más, con los típicos problemas de alguien de su edad. Pero aquello parecía un sueño imposible. El daño ya estaba hecho y borrar esa parte de él era endiabladamente difícil. ¿Cómo iba a conseguir eliminar lo que había sido durante toda su infancia? Aunque en los últimos años había aprendido a ocultarlo llevando una vida relativamente normal, en el fondo de su ser aquella bestia seguía allí…y lo peor de todo es que a veces no podía dominarla.

Perdía rápidamente la cordura con el delicioso sabor de la sangre fresca, ese dulce aroma que le deleitaba estremeciendo su cuerpo por completo. No iba a negarlo, en parte le gustaba sentir esa increíble sensación de superioridad, de poder, de fortaleza; las habilidades que le conferían ser el único híbrido sobre la faz del planeta: mitad vampiro, mitad licántropo.

Por suerte para él, su físico le ayudaba a pasar desapercibido.

Era un muchacho no muy alto, delgaducho pero fibrado. Tenía una cara inocente que enseguida inspiraba confianza; de pelo rubio oscuro y liso que caía sobre sus ojos color miel a los que les acompañaba una naricilla respingona cubierta de sutiles pecas. Su actitud siempre era amable, algo callado pero muy educado y responsable.  ¿Quién en su sano juicio iba a pensar que era el mayor asesino de todos los tiempos?

– ¡Cirdán! ¡Tenemos que irnos! – gritó Luth, su madre, haciéndose oír entre los disparos y explosiones que venían del exterior.

El ambiente en Vetrara estaba caldeado a pesar de las bajas temperaturas de aquella noche. La desconfianza y el rencor eran casi palpables en aquella ciudad que estaba siendo engullida por una guerra racial entre Vampiros, Licántropos; Terrestres y Delhârians. Una batalla campal en la que algunos Delhârians, la raza a la que perteneció antes de ser mutado, luchaban para expulsar a los Terrestres culpándolos de haber infectado a su gente con las maldiciones de la licantropía y el vampirismo, convirtiendo a muchos en horribles monstruos, demonios, aberraciones que se alimentaban de sangre y muerte.

Aquellos que se hacían llamar «humanos» o «terrestres» habían llegado a su planeta y se habían refugiado en sus ciudades. A la larga, las diferencias culturales se fueron agravando, poniendo en manifiesto un gran sentimiento de xenofobia entre muchos, quienes no tenían reparo en defender su principal pensamiento: Nadie tenía derecho a ocupar y cambiar su mundo, aquella tierra era de los Delharians.

Así pues, después de años malgastados tratando de encontrar una cura que nunca llegó, un grupo organizado de Delhârians que habitaba Nila, una ciudad al norte de la división occidental, manifestó su odio y se alzó en armas, asesinando sin piedad a todo aquel que estuviera infectado independientemente de sus actos o raza. Si ningún antídoto o vacuna podía parar esa plaga, los exterminarían ellos mismos a sangre fría. Se habían entrenado para combatir a aquellos parásitos, habían fabricado un fuerte armamento con madera, verbena y plata y se hacían llamar «Cazadores».

Todo ello había causado una enorme brecha entre los Delhârians, dividiendo su raza en tres grupos ideológicos: Los que apoyaban el ya mencionado movimiento ultra radical de los Cazadores; los moderados, quienes se mostraban defensores de los Terrestres pero en contra de aquellos «monstruos»; y por último, aquellos en contra de cualquier tipo de exclusión, pues muchos, además de tener algún familiar infectado, tenían la esperanza de encontrar algún día una vacuna.

Demasiado enfrascado en sus pensamientos como para atender a su madre, Cirdán suspiró afligido mientras vislumbraba el panorama a través de la ventana de su habitación. Desde allí podía contemplar cómo en la calle el tiroteo se apagaba confundido por una bomba de humo que no dejaba distinguir al enemigo. Ya no había ni rastro de la faceta acogedora de Vetrara, sólo quedaba su parte fría, oscura y enormemente triste.

Una bengala tiñó la humareda de rojo y acto seguido varias granadas estallaron a pocos metros del edificio, haciendo temblar los muebles y lámparas. Los cristales de la ventana vibraron bajo el estruendo mientras los cascotes del techo volvían a caer acentuando la grieta que parecía no aguantar por mucho más tiempo el peso del edificio.

– ¡¡Cirdán!!- volvió a llamarle de nuevo Luth mientras aparecía por el marco de la puerta con una mezcla de desesperación y auténtico pavor – ¡Tenemos que irnos ya!

Cirdán no lo dudó más y cogió con rapidez la mochila en la que guardaba las pocas cosas importantes que podían caber allí.

<<A eso se reduce mi vida>>– Pensó con ironía – <<a una mochila >>

Dirigiéndose a la salida se cruzó con su reflejo y extrañado le devolvió la mirada. Hacía días que habían cortado el suministro de agua por lo que tenía la cara llena de sucios churretes que se fundían con sus pecas. Su pelo enmarañado en vez de rubio parecía blanco a causa del polvo que se había ido acumulando con cada estallido del exterior. Si no hubiera sido por el intenso color caramelo de sus ojos marrones, habría pensado que el espejo sólo reflejaba en escala de grises.

– ¡Vamos!

– Ya voy Luth.

Recolocándose la mochila, siguió su camino a la vez que se sacudía el polvo y, sintiendo de nuevo la casa temblar bajo sus pies por una nueva explosión, se apresuró en salir disparado escaleras abajo.

– Cada vez quedan menos sitios donde escondernos – Murmuró frustrado tras llegar a lo que quedaba del portal del edificio.

Al ver la masa de escombros que era ahora el suelo, suspiro entristecido para después contemplar cómo su madre abría levemente el portón de hierro, divisado así la calle. Sólo le tomó un instante comprender que para ella no iba a resultar nada fácil escapar.

– ¿Crees que podrás salir?-preguntó él.

Luth cerró la puerta sigilosamente mientras se mordía el labio con preocupación. Acto seguido miró a su hijo a la vez que su mente trabajaba a toda velocidad buscando una vía de escape. Su larga cabellera rubia le caía en cascada por los hombros y sus reondeado ojos esmeralda reflejaban un insomnio que raras veces aparecía en ella. Era más bajita que él y sus labios rosados y gruesos resaltaban sobre su piel pecosa que nunca envejecía. Su cuerpo había quedado inmortalizado a la edad de 19 años tras ser convertida en vampiro en contra de su voluntad, por lo que su belleza no había hecho más que aumentar cuando la maldición la invadió por completo.

– Todas las farolas están encendidas- comentó Luth- no deberías tener ningún problema si te camuflas entre las sombras.

– No voy a ir a ninguna parte sin ti.

-¡Pero hijo, yo no tengo tus habilidades! No sé si podré salir con vida de aquí. ¡Llevan buscándonos varias semanas! En cuanto nos descubran nos capturarán de nuevo.

– No digas tonterías.- le regañó sabiendo que exageraba- ¿Cuánta gente hay ahí fuera?- Preguntó.

– Creo que unos 11…

Cirdán soltó la mochila y decidido se abrió paso para contemplar la escena a través de la ranura de la puerta.

– Puedo de sobra con ellos, sólo hay 3 cazadores- Respondió observando a sus enemigos que se difuminaban entre el humo.- Los Delhârians no nos causarán problemas y ten por seguro que los terrestres huirán al instante.- continuó- Tú tan sólo ve delante e intenta meterte en las alcantarillas sin que te vean. Yo te cubriré las espaldas.

– Pero Cirdán…Llevas días sin alimentarte…- titubeó Luth. Y es que, a pesar de que odiara que su hijo se alimentara de sangre, tenía que admitir que sin ella no podían llegar muy lejos.

– Vamos a huir juntos Luth.- La interrumpió- Yo me encargo.

Dicho esto, le pasó la mochila a su madre y abrió el portón con cuidado, cediéndole el paso para que, con sumo sigilo, se adentrara en la espesa neblina rojiza que desprendía un intenso olor a pólvora.

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Cirdán500

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA_Novela

RÉQUIEM POR LA INOCENCIA

Cirdán nació sin conocer la libertad. Creado a partir de un licántropo y un vampiro, fue adiestrado para matar desde muy corta edad. Salvaje, voraz. Una bestia oculta bajo un rostro dulce e inocente, se ganó el título del mayor asesino de todos los tiempos con tan sólo siete años.

Tras casi una década siendo utilizado por aquella gente que le había creado, Cirdán fue finalmente rescatado por su madre. Pese a que ella consigue dotarle de una humanidad que nunca tuvo y proporcionarle la vida de un joven de diecisiete años que siempre debería haber tenido, las crecientes guerras entre humanos, vampiros, licántropos y cazadores no les iban a dejar descansar ni huir de los crímenes que cometió en el pasado.

Áldemir, un temible y reconocido cazador, tendrá la suerte de atrapar a Cirdán, un trofeo que muchos desearían. Éste no dudará ni un instante en impartir venganza, castigo y hacerle sufrir por el daño causado. Sin embargo, conforme va conociendo al chico, la inevitable atracción que se crea entre ellos hace que se tambaleen todos sus principios.

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TOMO 1

*INTRODUCCIÓN*
Cap 0
Cap 1
Cap 2
Cap 3
Cap 4
Cap 5
Cap 6
Cap 7
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